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Análisis música

Interés repartido en la edición número treinta y dos del Jazzaldia de Getxo


Javier ASPIAZU Crítico de jazz

Se suele decir, con razón, que las comparaciones son odiosas. La programación de esta XXXII edición del Festival de Jazz de Getxo, al menos en su cartel grande, resulta decepcionante si la comparamos con la del pasado año, la mejor de su historia, momento en que se produjo la conjunción astral, el cúmulo de circunstancias afortunadas que propició la contratación de tres leyendas del jazz internacional y sirvió para arrumbar definitivamente el carácter «europeo» del jazzaldi. Especialización que había servido para distinguir a un festival minoritario y exquisito, y dotado además de un interesantísimo concurso para grupos noveles, ¡casi nada!. Pero ya se sabe, los tiempos cambian y todo evoluciona; también el jazzaldia getxotarra, inmerso los últimos años en una decidida carrera por la consecución de un cada vez más rotundo éxito de público y, consecuentemente, de taquilla, haciendo del festival un evento cultural cada vez menos deficitario, y comparable, en una escala más modesta, a sus parientes mayores de Gasteiz y Donostia. Si esta carrera resultará para bien, el tiempo lo dirá.

Pero volviendo al cartel de estrellas de este año, más que la curiosidad por oír el tono inconfundible al tenor del mítico, aunque en horas cada vez más bajas, Archie Shepp, o los escalofriantes, aunque algo superfluos, sobreagudos a la trompeta del archivirtuoso Arturo Sandoval o, si me apuran, el último «avatar» de la abrumadora versatilidad estilística de John McLaughlin, quien esto escribe siente más prurito por apreciar en directo el noneto de all stars de Euskadi liderado por Iñaki Salvador o, sobre todo, el trío de ese contrabajista proteico, amalgama de las más diversas influencias musicales, que es el israelí Avishai Cohen.

Y, desde luego, no creo que los Manhattan Transfer, contratados a última hora, a instancias de la Diputación, para «promover» el jazz en Bizkaia, contribuyan en forma sustancial a esta tarea. Los Transfer, con quienes se inicia hoy el festival, llevan más de quince años repitiendo su periclitado show músico-vocal, del que la improvisación ha acabado por ausentarse, y cuyo pedigree jazzístico resulta más que dudoso.

La de este año es una edición cuyo interés puede encontrarse mucho más repartido en el resto de sus secciones, mejor concebidas y balanceadas. El concurso de grupos, por ejemplo, nos permitirá descubrir prometedores talentos del jazz escandinavo, centroeuropeo y... ¡¡catalán!! (los integrantes del Tutusaus septet: una vez más, ¡albricias!, un grupo peninsular entre los mejores noveles). La sección Tercer Milenio alternará emergentes talentos locales, algunos incluso con sugerentes discos en el mercado, como es el caso del pianista bilbaíno Jerónimo Martín, con propuestas procedentes de Cataluña, Galicia y Bélgica (como la que nos trae el fenomenal trío ganador del festival de Hoeeilaert). Incluso el dixieland hecho por grupos estatales, algunos tan veteranos como los Missing Stompers, puede deparar agradables sorpresas al público menos informado que se acerque a la Plaza de la Estación.

Una buena excusa, en definitiva, la que nos ofrece esta edición, para disfrutar no sólo los grandes nombres, sino también la diversidad de nuevas e ilusionantes propuestas que dotan de colorido al más tempranero de nuestros jazzaldis.

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