Iruñea blanca, roja y verde
Es sólo un cohete, pero capaz de poner en danza a casi medio millón de personas al mismo tiempo. El chupinazo lanzado por Uxue Barkos fue a tono con los tiempos: multirracial, intergeneracional, estruendoso y multicolor, aunque menos en el balcón que en la plaza. La ikurriña que se echaba en falta en el edificio consistorial sí se vio, y a gran tamaño, en la plaza, donde no cabía un alfiler desde una hora antes. Se abrió la espita, y esto ya no hay quien lo pare.
Ramón SOLA | IRUÑEA
Puntual como siempre, multitudinario como siempre, emotivo como siempre. Todo empezó a las 12.00 de ayer, aunque para las 9.00 ya era posible ver las calles de Iruñea llenas de cuadrillas almorzando para hacer frente a un día que todos saben cuándo empieza pero nadie cuándo concluirá, ni cómo.
Las prendas que pronto iban a tomar un tono rosáceo lucían blancas a esa hora. Los pañuelos, todavía en el bolsillo o colgados de la muñeca. Hasta casi las 11.00 hubo ocasión de acercarse al Ayuntamiento, sin más problemas que los cordones de policías forales y municipales que había que atravesar, el primero de ellos ya desde puntos bastantes alejados como el Palacio de Nafarroa. A partir de esa hora, entrar en la Plaza era sólo para los muy valientes.
Dando esquinazo a esos cordones que no sólo buscaban requisar huevos y harinas, sino también banderas, en torno a las 11.20 en la plaza apareció la bandera más grande, la que se echaba a faltar en el balcón del Ayuntamiento, donde sólo colgaban la de Iruñea, la navarra, la española y la europea. Junto a ella, el símbolo de la Propuesta de Marco Democrático de la izquierda abertzale.
Quedaba por ver si la enseña vasca luciría en el balcón municipal de alguna manera. Un año más, no fue así, salvo unos minutos después, cuando Mikel Gastesi (ANV) logró agitarla durante unos segundos.
A las 11.58, con todas las emociones desatadas, Yolanda Barcina –que no se quiso perder un fotograma del inicio festivo– asomó por el balcón del segundo piso. La precedía Uxue Barkos, la concejala de Nafarroa Bai encargada de abrir esta edición de la fiesta. Los dos minutos se hicieron eternos, con la plaza entera gritando «oé, oé, oé» por gritar algo y los pañuelos levantados al aire esperando el segundo mágico.
Como había anunciado, Barkos se ciñó al grito establecido: «¡Pamplonesas, pamplones, viva San Fermín! ¡Iruindarrak, gora San Fermin!» (no «Irunitarro», como anecdóticamente reflejaba la web del principal diario local).
El cohete no tardó en sonar, y lo hizo por toda la ciudad. Se acababan 356 días de espera, y empezaba a concluir también el calvario particular de los fotógrafos y periodistas que en la Plaza quedaban a merced de una manera humana imposible de controlar. Y también de quienes se subieron a cualquier saliente para ver el espectáculo desde lo alto, y que se convirtieron en blanco perfecto para el champán o la sangría.
Barkos, satisfecha
Luego, entre canapés y copas de champán, llegó el momento de las valoraciones. Uxue Barkos todavía no acababa de soltar la adrenalina y se deshacía en señales de agradecimiento. Preguntada por la polémica de la ikurriña y el emplazamiento de ANV a colocarla –que desoyó–, desviaba el foco de atención hacia la plaza. «Verla ahí ha sido el regalo más bonito», explicaba en Euskalerria Irratia.
La cuestión motivó valoraciones también de otros partidos. Para José Iribas, de UPN, «los pamploneses tienen claro que lo que quieren en Sanfermines es celebrar a su patrón, divertirse, pasárselo bien y compartir esa alegría con los que nos visitan». Javier Torrens, del PSN, añadió que las fiestas «son únicas, y por tanto los pamploneses y visitantes tienen que ser únicos en sus comportamientos, más abierto y pasárselo muy bien sin hacer barbaridades».
Mientras tanto, las cerca de 12.500 almas festivas amontonadas en los escasos 2.052 metros cuadrados de la Plaza del Ayuntamiento comenzaban a buscar bares en los que aliviar el sofoco. Los gaiteros se arrancaban con el ‘‘Agur jaunak’’, las máquinas de limpieza calentaban motores y toda la ciudad se sumergía en una fiesta de la que nadie podrá escapar hasta la medianoche del día 14.