CRÓNICA | Viajes para mayores
Las aventuras de Adineko en el Báltico: «La noche que nunca llega»
Viajar es peligroso, crea adicción. Ésta es una de las conclusiones que ha sacado este cronista de un reciente viaje por el Báltico compartiendo mesa y mantel con cincuenta personas, vascos de origen y mayores de edad, de la mano del programa Adineko de la Diputación vizcaina.
Anjel ORDÓÑEZ
Es el gran día de Pirkko y Onni. Tomados de la mano unen sus destinos en un lugar privilegiado de la Catedral de Temppeliaukio, una de las tres que existen en Helsinki. Oficia una sacerdote luterana, Mimmi, también casada. Cuando salen al exterior, los invitados muestran su alegría soplando un pasillo de miles de pompas de jabón sobre las cabezas de los novios. Todo parece distinto en Finlandia.
La noche de bodas de Pirkko y Onni será muy corta. En esta época del año, el sol se resiste a abandonar el firmamento y sólo a partir de las doce de la noche se aprecia una tenue penumbra, un prolongado atardecer que, pasadas cuatro horas, se tornará de nuevo luminoso amanecer. Es la noche blanca.
El vestido de Pirkko, la novia, es de un blanco deslumbrante y también ligero, acorde con la agradable temperatura, cerca de veinte grados, que marca el termómetro. Por eso hay tantas bodas en estos meses. En invierno, en las jornadas más frías, el mercurio tirita a 30 grados bajo cero. Son esos días en los que se enciende la calefacción en las casas, y también en las calles. Sí, en Finlandia las calles tienen calefacción. Qué remedio.
Cuando Pirkko y Onni abandonan la escena en su cadillac descapotable, las puertas de la Catedral se abre a los turistas. Maite se apresura a acceder a su interior -apenas tiene unos minutos antes de que se celebre la siguiente boda- para disfrutar de lo que se presenta ante sus ojos: un templo circular excavado en la roca, un espectacular órgano, una inmensa bóveda de cobre... una maravilla.
Maite es de Bilbo. Llega a Helsinki un pelín cansada, pero muy, muy satisfecha. Lleva seis noches fuera de casa y sus piernas han pisado muchas iglesias y castillos en Vilnius, Riga y Tallin. Le encanta el arte -«en Riga he disfrutado del mayor conjunto de art nouveau que hasta ahora habían visto mis ojos»-, pero lo que realmente le atrae es caminar en las ciudades por entre la gente, acercarse, rozar la esencia humana de los lugares que conoce. «Mi sueño sería entrar en una casa, ver cómo viven el día a día, en qué se diferencian de nosotros». Maite, cuando puede, se asoma a los portales y mira en su interior.
«Yo no me quedo en casa»
En el grupo de Adineko que viaja por las capitales Bálticas se cuentan 50 personas. A unos les ha sonreído la suerte en el sorteo de la Diputación. «Llevaba dos años sin viajar y ahora me ha tocado, estoy muy contenta». Txaro es de Gorliz. Está viuda. «Cuando vivía mi marido, no viajaba. A él no le gustaba, decía que de Euskal Herria no salía. De Gorliz a Bilbao, algunas veces a Algorta y para de contar. Cuando murió me dije: `Yo no me quedo en casa'». Dicho y hecho. Ahora no para, ya ha estado en los Países Bajos, en Túnez, en Atenas, en Italia... «Mientras pueda, me apuntaré a todas».
A otros el teléfono les sonó a última hora, porque algún afortunado en el sorteo había renunciado. «A mí ha tocado de penalti, me avisaron dos días antes de coger el avión. No me lo pensé dos veces, fui al banco, hice la maleta y aquí estoy». A Emilia la bautizaron en la bilbaina Iglesia de San Nicolás hace ya más de ochenta años. Es la amama del grupo, pero no se cansa. «Si cuando llegue a Bilbao me preguntaran `¿quieres ir mañana a otro sitio?' les diría que encantada. El caso es salir». Lo dicho, viajar engancha.
Peca es endiabladamente rubio y trabaja en Molly Malone´s. Siempre de noche (noche blanca). Lleva la música en la sangre y con cada canción calienta el local con una voz profunda, directa. Enamora. Esta noche, en Molly Malone´s, hay clientes nuevos. Una quincena de periodistas y un quinteto de representantes forales beben vodka -¿qué si no?- mientras comentan detalles y anécdotas sobre el viaje Adineko. No pasan desapercibidos. «Where are you from? From Spain?», suena por el micrófono la voz de Peca. «No, no, we are from Basque Country, from Bilbao», respuesta al unísono, con un inglés enclenque. Peca hace como que piensa, pero no le suena: «Anyway...» y sigue el concierto. Stones.
El diputado de Acción Social, Juan Mari Aburto, entre canción y canción, explica a los periodistas la esencia de Adineko: «Queremos dar la posibilidad a nuestros mayores de conocer otros países, otras culturas; este año van a viajar con Adineko 9.600 personas» y pone el acento en que «la cuestión económica no debe ser impedimento para viajar con Adineko». Precisa que el viaje al Báltico es el más caro de todo el programa y que, de las cincuenta personas que componen el grupo -con el que viajamos los periodistas para conocer de cerca sus experiencias-, hay siete que han pagado sólo 188 euros. «Cualquier persona, aunque no tenga recursos, puede viajar», sentencia.
Las compras
«Con el dinero te armas un taco». Txaro reconoce que le cuesta un poco hacer cuentas con el cambio de moneda, «pero en casi todos los sitios aceptan el euro, así que, tan ricamente; además, como tenemos todas las comidas pagadas y nos ponen una botellita de vino para cada cuatro, si no quieres no te gastas nada; claro, que siempre hay algún regalito que comprar».
A vueltas con los cambios. «Hemos llegado a pagar un euro y medio con Visa», asegura Valentín, el guía del grupo de Adineko. Es de Jaca. Un salado. Se ha ganado al grupo con una receta basada en la simpatía, la profesionalidad y... más simpatía. «Se dejan llevar muy bien, hay que parar cada dos horas para ir a los baños, hay que tener muy en cuenta el tema de las pastillas... pero son muy respetuosos y puntuales. Se nota que la mayoría ya han viajado antes».
«Vale mucho, Valentín vale mucho», constata Agustín, un algorteño al que le gusta sobremanera la historia y también la filología, y como Valentín es filólogo... Han tenido mucho tiempo para hablar de la teoría principal de Agustín: todas las lenguas provienen de una sola. ¿Adivinan cuál? Horixe bera. Sobre el finés, dice que es uno de los idiomas más difíciles del mundo. En su diccionario aparece esta palabra, que define una graduación en las fuerzas aéreas, «lentokonesuihkuturbiinimoottoriapumekaanikkoal-iupseerioppilas». 61 letras.
También hay flores con espinas para el guía. Juan Miguel es de Otxandio, aunque vive en Zornotza: «Valentín es un chico muy eficiente y muy simpático» -pero la de arena va para la Diputación- «lo que ocurre es que no es euskaldun, y creo que una excursión que viene de Euskal Herria tendría que tener un guía de Euskal Herria». A Juan Miguel le parece, además, que el viaje es un poco corto: «Ha sido todo muy bonito, pero me gustaría que el viaje durase dos o tres días más. Hemos andado casi todo el tiempo corriendo de capital en capital. La zona de Riga particularmente nos ha gustado mucho, pero nos hubiera encantado pasar allí algún día más. Helsinki también merece un poco más de atención».
No todos opinan exactamente lo mismo. «Aunque me gustaría quedarme más tiempo -confiesa Maite-, lo cierto es que llevas un ritmo tan alto que difícilmente se podría aguantar muchos días más. Creo que siete días es un número ajustado».
Vodka, sauna y alquitrán
Los periodistas que acompañan por unos días al agrupo de Adineko trabajan, pero no todo el tiempo. Unos y otras investigan si es estrictamente cierto que Finlandia es el país con mayor porcentaje de rubios y rubias del mundo. Otros tratan de certificar la veracidad de un proverbio finlandés que reza: «Si tu enfermedad no se cura con vodka, sauna y alquitrán, el mal no tiene remedio». Al regreso, lo del alquitrán ha quedado sin demostración definitiva.
Uno de los principales atractivos del Báltico es, precisamente, el Mar Báltico. Un mar interior, tranquilo, poco profundo, de suaves mareas y que en invierno pone a prueba la quilla de los rompehielos. Lo cruzamos para llegar a Tallin, capital de Estonia, en un ferry de grandes dimensiones cargado de alcohol sin impuestos, en el que los helsinkiarras se entregan a Baco sin medida ni vergüenza. Es verano y apenas anochece. El grupo de Adineko canta como los ángeles «Desde Santurce a Bilbao» y «Puente de Portugalete» en la cubierta de proa.
Tallin impresiona desde el puerto. Monumental, medieval, ex soviética. Miles de anécdotas, la farmacia más antigua de Europa (dio primero muérdago y luego aspirinas desde 1422). Y una iglesia preciosa donde no está permitido hacer fotos. El sacerdote, si te pilla, no te llama la atención. Simplemente te estampa la cámara contra el suelo. Suelo sagrado.
Se va acabando la página. No cabe más y apenas acabamos de empezar. Un viaje como éste, cargado de aventuras, da para un libro. Perdérselo, con cualquier edad, no es buena idea.