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Comer de forma compulsiva, una respuesta enfermiza a la necesidad de llenar el vacío interior

Darse un atracón de vez en cuando es algo bastante habitual en nuestra sociedad. Pero cuando la comida se convierte en una obsesión, cuando se come de forma compulsiva y descontrolada, estamos ante una respuesta enfermiza a un problema de tipo sicológico.

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Iñaki VIGOR

Al principio no sabes exactamente qué es lo que te pasa. Comes de forma compulsiva, sin darte cuenta, hasta que llega un momento en que la comida se apodera de ti. Si estás alegre, comes; si estás triste, comes; si estás aburrida, comes. Todo es comer y comer. Al final, la comida puede contigo. Destrozas tu cuerpo y tu salud, no tienes ilusión por nada». Este es el testimonio de María Angeles, una mujer de 52 años de edad, vecina de Iruñea, que ya a los 18 años se dio cuenta de que era una comedora compulsiva. Sin embargo, hasta mucho tiempo después no supo por qué había tenido aquella reacción, aquel estado de ansiedad que le impulsaba a comer de forma descontrolada.

«A los 40 años supe la razón. Yo había ido a trabajar a un sitio fuera de casa y me sentía sola. Esa temporada no comía, no me entraba la comida. Luego surgió otra circunstancia familiar en mi vida y comencé a comer compulsivamente. Hay un detonante en la vida, un momento en el que no sabes cómo, que hace que empieces a comer de forma compulsiva. Es algo que se apodera de ti y te deja sumida en la amargura. Pero mi mente no reconocía esa realidad -confiesa esta mujer- , porque esta es una enfermedad mental, aunque luego se refleje en la forma de comer. Es como un chip que se despierta en tu organismo y no puedes parar de comer».

La adicción de María Angeles la padecen otras muchas personas, pero, como ella dice, «cada una somos un mundo». En su caso, no ingería grandes cantidades de comida, aunque admite que para su organismo «sí era mucho», y que el problema surgía en cuanto probaba alimentos de harina blanca o azucarados. Pero a otras personas afectadas por la misma adicción les ocurre lo mismo cuando prueban otro tipo de alimentos. Algunas llegan a comerse una docena de yogures seguidos, o una barra entera de pan con mantequilla, o diez manzanas, una tras otra, porque hay casos en los que la compulsividad se desata con la fruta.

En ocasiones, esta compulsividad se puede confundir con la bulimia, pero no es lo mismo. Esta última es un trastorno de la conducta alimenticia que consiste en darse atracones frecuentes pero recurriendo al mismo tiempo a métodos compensatorios para prevenir el aumento de peso, como el vómito autoinducido, laxantes, diuréticos, ayunos o exceso de ejercicio físico. En el caso de los comedores compulsivos, estos no recurren a métodos de ese tipo, pero es habitual que sientan culpabilidad por su forma de actuar.

«Vives todo el día alrededor de la comida. Te sientes culpable de lo que comes y de lo que no comes. No tienes horarios de comidas, tu vida es un desastre. Parece que tienes de todo pero no tienes de nada. No te aceptas a ti misma, no sabes qué pasa en tu interior, pero lo que sí sabes es que estás descontenta contigo misma y que no eres feliz. El comer es como una tapadera. Al principio no sales casi nada, te quedas en tu casa con tu comida y ya está. Pero llega un momento en que eso se vuelve contra ti, porque destrozas tu cuerpo», asevera María Angeles.

Una vez que tomó conciencia de su problema, comenzó a buscar ayuda, a ir a los médicos. Pero la solución no es fácil, porque, como ella mismo dice, «es una enfermedad muy individual, y el problema es que no sabes qué te pasa realmente en tu interior». En su caso, afirma que le servió de gran ayuda contactar con Comedores Compulsivos Anónimos, una asociación que surgió en 1960 en Estados Unidos y que desde entonces se ha extendido por 50 países.

«Hay personas que se amargan la vida»

Esta asociación se implantó en Iruñea hace 16 años, y tanto su filosofía como la terapia es muy similar a la de Alcohólicos Anónimos. Una vez a la semana, los comedores compulsivos se reúnen en un local para hacer terapia de grupo y ayudarse mutuamente para sobrellevar su adicción.

«Es una enfermedad incurable, como la diabetes, que tienes que aprender a vivir con ella. Pero en estas reuniones cada uno comenta cómo ha pasado la semana y se fija en las experiencias que han vivido los demás. Intentamos que sea algo muy positivo. Allí aprendemos que, si has caído, lo que tienes que hacer es levantarte y seguir adelante», comenta esta mujer con la experiencia que le dan sus más de diez años de terapia en los dos grupos que se reúnen habitualmente en la capital navarra.

Desde que comenzó a contactar con personas que tenían su mismo problema, dejó de tener ese sentimiento de culpabilidad que le había perseguido durante años. Conoció a gente que «sufría» lo mismo que ella, pero poco a poco se fue quitando esa culpabilidad y tomando conciencia de que en realidad padecía una adicción relacionada con los sentimientos, una enfermedad que le causaba «algo indefinido» y que no sabía cómo afrontar. «Una vez en la asociación, te das cuenta de que hay mucha gente que padece esta misma enfermedad, personas que empiezan a comer y no pueden parar, personas que lo pasan muy mal y se amargan la vida. Lo importante de la terapia de grupo es ir día a día, sin plantearte estar un año o más tiempo. Lo que tienes que proponerte -aconseja- es no comer esa sustancia determinada que te desata la compulsividad, y que generalmente suele estar relacionada con el azúcar. También hacemos un plan de comidas para organizarnos el día tanto en casa como en el trabajo, comprometiéndonos a no comer esas sustancias. Generalmente, nos proponemos realizar tres comidas al día, pero si a una persona el médico le dice que haga cinco, tiene que hacer las cinco. Esto no es algo rígido ni estricto, porque cada uno es un mundo. Lo que a uno le va bien, puede que a otro no le sirva».

Al igual que en Alcohólicos Anónimos, cada comedor compulsivo cuenta con un padrino o madrina, es decir, una persona de confianza a la que poder llamar por teléfono cuando se siente realmente mal. Su función es escuchar al que le llama y procurar animarle y darle consejos. Unas veces funcionan y otras no, pero al menos la persona que necesita ayuda sabe que no está sola.

Otra forma de terapia, cuando el comedor compulsivo se siente mal, consiste en escribir sus propias reflexiones. María Angeles lo ha hecho en muchas ocasiones y confiesa que, al leer sus sentimientos, se ha sentido desconocida. «No pensaba que ésa era yo, quizás porque yo siempre me he mentido a mí misma en todo», se sincera.

Eso sí, advierte de que seguir los pasos para tratar de superar esta adicción es «algo que cuesta bastante». «La enfermedad es dura y hay que afrontarla con mucha sensibilidad, porque la gente sufre bastante. Hay que ir poco a poco, día a día -aconseja-. No se trata de luchar contra la comida, sino de situarla en su lugar. Nosotros no somos bichos raros. Intentamos vivir con positividad, disfrutar de los buenos momentos y afrontar los malos. En las reuniones de la asociación nos contamos nuestras experiencias unos a otros. Estamos muy a gusto, porque tenemos problemas parecidos. Cuando sales de la reunión, parece que no te pesa el cuerpo, es como si estuvieses flotando».

«Después de comer, me iba a la huerta»

La pionera en la asociación de Comedores Compulsivos en Iruñea se llama María, tiene 71 años y comenzó a seguir el programa de ayuda hace 18 años, cuando comprendió que tenía adicción a la comida. «Era una obsesión. Después de darme un atracón, que tampoco era muy exagerado, me insultaba a mí misma. Yo no he sido exageradamente comedora ni comía a cualquier hora del día, pero sí sabía que de vez en cuando me daba atracones, y eso no me gustaba. Ahora pienso que he sido comedora compulsiva desde niña. Vivíamos en un caserío y teníamos huerta en casa. Cuando terminaba de comer -recuerda-, me iba a la huerta para seguir comiendo fruta, zanahorias, tomates... lo que había. Pero no engordaba mucho. Yo no he tenido una obesidad mórbida, ha sido siempre una obesidad muy regular».

María reconoce que siempre le ha atraido mucho la comida, al menos desde que tiene uso de razón, y que esta atracción continuó después de casada. «Yo solía hacer tartas en casa. Mis hijos y mi marido no comían, pero yo esperaba a que salieran por la puerta para comérmela -relata-. La familia no me reprochaba nada, porque yo comía a escondidas. Procuraba que no me vieran. Lo cierto es que siempre estaba obsesionada, primero por comer, y después por haber comido».

Esta mujer de 71 años reconoce que aquella obsesión se agravó a raíz de un problema emocional en el ámbito familiar, y fue entonces cuando se dispuso a pedir ayuda. Había oído que muchas personas tenían adicción al alcohol y que se recuperaban tras seguir un programa en Alcohólicos Anónimos, y fue entonces cuando una persona le comentó que también existía un programa para comedores compulsivos.

«Yo había sufrido mucho, y saber aquello me dio una gran alegría. Cuando empecé el programa, en casa se preocuparon, porque me decían que yo no era comedora compulsiva. Mi marido incluso me decía que me había metido en una secta. Pero a mí me ha ayudado muchísimo. Ahora acepto a mis hijos como son y también me acepto yo. Lo primero -remarca- es amarte tal como eres. Ese amor se ha extendido luego a todas las facetas de mi vida. Antes de empezar con el programa, yo sufría mucho, buscaba la perfección en mi vida, pero aprendí que la perfección no existe».

«Ayudamos a los recién llegados»

María dejó así de ser una comedora compulsiva, y hoy en día asegura que tiene una «buena calidad de vida», vive con «serenidad y tranquilidad» y, teniendo en cuenta su edad, se encuentra anímicamente tan bien que «es una gozada».

A pesar de ya no ser adicta a la comida, esta pionera de aquel grupo de seis personas que se creó en Iruñea decidió continuar las reuniones semanales con otras personas que padecían el mismo problema. «Hay personas que están un tiempo y dejan de acudir, pero yo decidí seguir porque, quienes llevamos más tiempo con el programa -explica-, ayudamos a los recién llegados».

Reuniones semanales para compartir experiencias

Al igual que en Alcohólicos Anónimos, las personas que recurren a Comedores Compulsivos Anónimos para superar su adicción se comprometen a asistir a reuniones semanales y compartir sus experiencias con otras personas que padecen el mismo problema.

En el caso de Iruñea, estas reuniones tienen lugar los lunes a partir de las 19.00 en los locales de la parroquia San Miguel (Plaza de la Cruz) y los viernes a partir de las 16.30 en los locales de la parroquia de la Asunción, en el barrio de Donibane. Además, la asociación dispone de un teléfono (617226291) para atender consultas e informar sobre la participación en estas reuniones. I. V.

«Yo Comía a deshoras y cantidades industriales»

Amaia tenía 19 años cuando comenzó una dieta drástica porque se veía gorda. Con una altura de 1,69 metros, se quedó en 45 kilos de peso. En su casa todos estaban preocupados, pero ella seguía convencida de que no necesitaba comer. Reaccionó cuando empezó a sentir frío en los pies, pero para entonces ya no sabía qué era una dieta normal. «Me puse a comer todo lo que no había probado en esos dos meses. Comía a deshoras y lo que me apetecía -reconoce-, cantidades industriales de cosas dulces. Descubrí que podía comer mucho y luego vomitarlo por el baño». Así estuvo dos o tres años. «Fue una etapa de culpa, autorrecriminación y bajísima autoestima, porque huyes de las relaciones con otras personas. Tenía bajones, me quedaba tirada en la cama, perdiendo la vida», resume. Entonces se propuso llevar una dieta normal, pero en cuanto probaba algo que le desataba la compulsión, empezaba a comer «locamente». Recurrió a sicólogos y clínicas, hasta que conoció Comedores Compulsivos, donde lleva una década. «Ahora tengo 45 años, peso 55 kilos y estoy relativamente bien», afirma. I. V.

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