El goteo de casos de violencia sexista es incesante. Cada día, cada mañana, los medios de comunicación nos hacemos eco de una nueva agresión, otra paliza, otro veto que afecta a la consecución de la igualdad entre hombres y mujeres. Si la semana pasada la agresión sufrida por una vecina da Barañain y la posterior detención de ocho jóvenes encogía el corazón no sólo de sus allegados, sino de toda Euskal Herria, esta semana la muerte de la joven de Irun Nagore Laffage, cuyo cuerpo fue encontrado en Erroibar con evidentes signos de violencia, volvía a estremecerlos. Un nuevo caso que, además de a la integridad de la víctima y su familia, afecta directamente a la vida de todas y cada una de las mujeres. Casos como estos no hacen más que mer- mar la falta de libertad de todas ellas, la libertad colectiva de las mujeres, su derecho a vivir, expresarse y moverse tal y como deseen. Tristemente, estos casos han de servir también como acicate para despertar del goteo informativo y tomar las calles, porque ataques como éste dejan a las claras que la denuncia contra la violencia hacia las mujeres y su libertad personal y colectiva es, si cabe, más necesaria que nunca.