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ANÁLISIS artes escénicas

Mucho más allá del horario laboral, en la soledad de nuestros deseos

«Vamos a representar ante todos ustedes una historia que gira en torno a la degradación cotidiana, a la mutilación silenciosa de eso que antes se llamaba... Dignidad». Así empieza «Comida para peces».

Josu Montero Crítico teatral

Comida para peces» es una función escrita por el madrileño Javier de Dios que el grupo guipuzcoano Tanttaka sube mañana al escenario del Antzoki Zaharra dentro de dFeria, la Feria de Teatro de Donostia. Cinco trabajadores de la Compañía de Seguros La Fe, pero que a veces se olvidan de sus personajes y son solamente cinco actores que, en un ejercicio de distanciamiento brechtiano, comentan, explican o adelantan la historia. Este drama laboral de intencionalidad abiertamente denunciadora y didáctica, obtuvo el premio Euskadi de Literatura en 2006. Era la primera vez que este galardón recaía en un texto teatral, de un autor, además, no vasco, aunque sí publicado por una editorial vasca, la hondarribitarra Hiru de Eva Forest; tras el premio la obra fue también editada en euskera por la bilbaína Artezblai y traducida por Harkaitz Cano.

Los valores que impone el ámbito laboral impregnan nuestra existencia toda: aislamiento, miedo, sospecha, anulación del criterio personal y hasta de la identidad, soledad, competitividad, cinismo... Precariedad que se convierte en flexibilidad, despidos en regulaciones y saneamientos -el imperio del eufemismo-, consultores entrevistando a trabajadores en pos del rendimiento y la motivación -y del control-, rankings de personal para alentar zancadillas y puñaladas... Todo ello dibuja un panorama apto para el escenario.

Pero, sin embargo, mientras el trabajo y el dinero se chupan mucho más de la mitad de nuestro tiempo cotidiano, su presencia en el teatro o en la literatura es minúscula. Aún así hay excepciones. La exitosa «El método Grondholm», de Jordi Galcerán, nos estremece con los kafkianos y desmedidos métodos de selección de personal, metáfora de una sociedad de despiadados tiburones en la que nadie sabe, además, donde puede haber quedado la verdad.

David Mamet nos planta en «Glengarry Glen Ross» ante unos depredadores y patéticos y verborreicos agentes inmobiliarios que hablan y hablan y engañan y embaucan y se apuñalan por la espalda, con unos diálogos feroces y cortantes que nos muestran hasta qué punto el sueño americano -y capitalista- se convierte en pesadilla. Y que no se nos olvide ese dramaturgo francés desgraciadamente tan poco representado y conocido aquí que es Michel Vinaver, experto en desvelar y desmontar cruda y a veces humorísticamente los mecanismos en los que se sustenta la sociedad capitalista, cuyo fruto es en demasiadas ocasiones la degradación del individuo y de las relaciones sociales.

En obras demoledoras como «La petición de empleo», «Disidente, claro», «El programa de televisión» o «Los trabajos y los días» Vinaver nos muestra esos endogámicos y asfixiantes microcosmos laborales o bien cómo el trabajo y la economía determinan nuestros comportamientos y nuestras actitudes y nuestras relaciones sociales y familiares mucho más allá del horario laboral; hasta lo más íntimo de nuestra vida privada; en la soledad, incluso, de nuestros deseos.

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