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África comienza a despertar

La costa andaluza ha sido escenario de un nuevo capítulo, el segundo en lo que va de semana, de la cada más sobrecogedora tragedia que viven los inmigrantes africanos que se juegan la vida -y a menudo la pierden- tratando de alcanzar las costas europeas. El mar no tuvo piedad con nueve bebés y seis adultos que, tras cinco días de desesperada travesía en patera, sucumbieron indefensos ante las difíciles condiciones del viaje en la frágil embarcación. Los supervivientes narraron cómo fueron los propios padres de los niños -de entre uno y cuatro años- los que, a medida que éstos iban falleciendo, arrojaban sus cuerpos sin vida al mar. Lo atroz de la imagen ha obligado al delegado del Gobierno en Andalucía, Juan José López Garzón, a anunciar que «estudiará» tratamientos «excepcionales» para quienes han conseguido salvar su vida. Y es que López Garzón no ha podido evitar -aún cuando cuatro de los inmigrantes todavía luchan en el hospital por que su corazón siga latiendo- puntualizar que la norma exige que «quien entre ilegalmente en el país sea devuelto a su lugar de origen».

Episodios funestos como el ocurrido en el litoral almeriense sitúan en su verdadero lugar el debate sobre la política de inmigración en Europa. Una política que de forma artificial fija su extremo más intransigente en los postulados de Sarkozy y la «directiva de la vergüenza», mientras suaviza las formas en las actitudes aparentemente más flexibles de Zapatero. Pero, a pie de patera, los López Garrido de turno no engañan. Por encima de pactos por la inmigración y mascaradas similares, el objetivo común y compartido de los países más ricos es evitar sin piedad el desembarco de «los miserables».

Hasta el momento, África -no así Sudamérica- ha permanecido aparentemente impasible ante tanta mezquindad. Ayer se produjeron en Senegal las primeras denuncias sociales contra la «directiva de la vergüenza», incipientes voces cuyo eco pretende despertar tantas conciencias adormecidas e insensibles ante situaciones límite en las que un padre o una madre se ven obligados a arrojar el cuerpo de su hijo muerto al frío mar.

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