La historia tiene estas cosas. Hay quien las define como justicia poética. El llamado «Espíritu de Ermua» fue la manipulación política desde el poder español de un hecho tremendamente duro. Quien más se aprovechó de él, quien lo teorizó hasta la paranoia, Jaime Mayor Oreja, ha acabado once años después siendo un inadaptado en su propio partido, arrastrando consigo a quien fuera considerada la reencarnación de Agustina de Aragón.

El PP de la CAV acomete un cambio de liderazgo que, por lo abruptamente que se ha escenificado, se presenta casi como una ruptura con el pasado cuando, en realidad, si se lee la ponencia política, pocas novedades hay en relación a la historia más reciente del partido. Pero lo cierto es que las ponencias son, hoy por hoy, un elemento de disputa con el que unos cuantos delegados se entretienen para hacer ver que hay debate interno, antes de que lleguen las votaciones de la dirección y los discursos de los ganadores, que es realmente lo que queda en la memoria de cada congreso de cualquier partido.

Luego llega la práctica diaria y ahí es donde se van a ver las diferencias de este PP más joven, más interesado por optar a espacios de poder que por la ortodoxia numantina. Serán diferencias formales, gestuales, de amabilidad en el discurso. Mayores que las que hace prever la ponencia, pero sin estridencias. El PP pasa página y capítulo, pero no cambia de libro.