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Raimundo Fitero

Un pellizco

Han acabado los sanfermines y la retransmisión de los encierros, en esta ocasión a cargo de dos cadenas de difusión estatal, no aparece en ninguna lista de las emisiones más vistas. Pero son un clásico. Y ahora, al hacer repaso a estas retransmisiones, me entra un pellizco de nostalgia. ¿O es de rabia? Hace diez años estaba escribiendo sobre esto mismo en la redacción de Iruñea de Egin. Hace diez años y seguimos mirando de reojo al electrodoméstico esencial, ahora mucho más estrecho, con infinidad de canales al alcance. Lo hacemos en este periódico pero en actos como el del sábado nos vuelven a recordar que el atentado a la libertad de expresión se perpetró, se consagró, y se mantiene en el tiempo, con un cinismo digno de mención. Casi nadie de la profesión hizo un gesto en contra. Se convirtieron en cómplices. Hoy siguen siéndolo, pero con un agravante: está peor que nunca la profesión y la libertad de expresión. Ahora mandan las finanzas en forma de compromisos partidistas ligados a las instituciones.

Los encierros se han celebrado sin grandes problemas, la masificación es relativa, los mozos y mozas sin precauciones son legión, y los medios de comunicación siguen utilizando dieciséis tópicos encadenados para su narración previa, durante y posterior. Parece algo insalvable. Las fiestas populares son acumulaciones de tradiciones y de lugares comunes. Y así seguirá siendo mientras no suceda un cambio absoluto que tendrá que venir después de una decadencia que en la fiesta que comentamos no se intuye. Al menos, en cuanto a resultados económicos, grandes números y esos asuntos que tanto preocupan a los capataces de la historia, todo va inmejorablemente.

Los programas de las televisiones tienen un modelo único, repetitivo y en términos generales, muy aburrido. A la calle con una cámara al hombro y un micrófono es un método que requiere capacidad de improvisación, imaginación y posterior montaje. Ahora se hace sin filtro de calidad alguno. Y se contribuye al tópico y se recrean en ello. Convengamos en que fiesta y televisión son incompatibles. Al menos de esta forma actual. Pues que no insistan, especialmente las públicas. ¡Gora Egin! ¡Gora Gara!

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