Iñaki Lekuona Periodista
El síndrome de Harpo
Diez años después, un puñado de trabajadores de «Egin» y Egin Irratia acompañados por colegas del también clausurado «Euskaldunon Egunkaria» saldrán hoy a la carretera armados de cláxones, uno de los pocos recursos a los que la justicia española ha reducido la libertad de expresión. Y es que ahora reunirse, manifestarse, expresarse e incluso informar pueden ser considerados actos delictivos de extrema gravedad. Qué no pasará en un país donde, según los jueces, uno puede pertenecer a una organización armada sin ser consciente de ello. Tengo a mi tía la de Amute obsesionada escudriñando en los pelos de sus axilas y en otras partes pudorosas, en busca de alguna prueba que pudiera comprometerla, sin ella saberlo, en un grupo terrorista. Lo único que ha encontrado es un DNI en el bolso, evidencia irrefutable de su pertenencia a un país que participó en la terrorífica guerra de Irak, entre otros negocios internacionales igualmente aterradores. Será eso lo de la pertenencia inconsciente.
Si te descuidas, participar en la autocaravana ruidosa de hoy también es pertenencia inconsciente a banda armada, que el sonido de las bocinas puede ser considerado música, y todo el mundo es conocedor de la gran afición que profesamos en esta tierra a las fanfarres y txarangas, primas hermanas de las bandas. Y quién puede negar que un claxon tocado a conciencia no esté cerca de ser un arma de destrucción auditiva masiva, incluso de convertirse una potentísima arma sicológica.
A esto hemos llegado diez años después de aquel pobre de mí entonado por una vapuleada libertad de información. Hoy, un puñado de locos saldrán del Parque Martin Ugalde en Andoain hasta Eziago en Hernani para recordar que hubo dos periódicos y una radio que fueron cerrados por un cálculo político resumido en un «creían que no nos íbamos a atrever», expresión barriobajera que demuestra hasta qué punto nos queda lejos la tan cacareada democracia. Tan lejos como las celdas en las que fueron encerrados aquéllos que se comprometieron en el uso de la peligrosa y revolucionaria arma de la palabra.
Diez años después, la democracia sigue entre rejas y ha sido suplantada por la arbitrariedad. Pero nos queda la bocina. Espero que no comencemos a manifestar síntomas del inexistente síndrome de Harpo, y que nunca nos resignemos a enmudecer.