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La irresistible ascensión de un pequeño checo

«Yo serví al rey de Inglaterra»

El estreno de la última película del veterano cineasta checo Jiri Menzel coincide con el cuarenta aniversario del Óscar a la Mejor Película Extranjera ganado con «Trenes rigurosamente vigilados», que también estaba basada en una novela del escritor Bohumil Hrabal, al que le unió una fuerte y fructífera amistad. En homenaje a él traza esta caricatura de un pequeño y ambicioso camarero que intenta hacer fortuna durante los años de la II Guerra Mundial.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

El veterano Jiri Menzel mantiene vivo el espíritu del cine de los años 60, como genuino representante de un humor característico de los países del Este, y que en la actualidad Emir Kusturica es uno de los pocos que practica. El cineasta checo siempre fue amigo del escritor Bohumil Hrabal, al que ha adaptado en seis ocasiones, y al que sigue fiel después de su muerte. Menzel nunca ha sido demasiado prolífico, por lo que un estreno suyo suele ser calificado de verdadero acontecimiento cinematográfico. La vuelta con «Yo serví al rey de Inglaterra» ha supuesto toda una celebración, rubricada por los premios anuales del cine checo con un total de cuatro estatuillas, además del Premio de la Crítica en la Berlinale del 2007 y del máximo galardón en un festival especializado en comedia como es el de Peñíscola.

Al igual que en anteriores colaboraciones entre el cineasta y el escritor checos, y la oscarizada «Trenes rigurosamente vigilados» es el mejor ejemplo de ello, en «Yo serví al rey de Inglaterra» hay una caricatura un tanto excéntrica y surrealista del carácter checoslovaco. Se evoca la división creada en el seno del antiguo país, dentro de un repaso histórico a buena parte de los acontecimientos de la primera mitad del pasado siglo XX. El tono satírico impera a lo largo de una crónica muy particular basada en un paralelismo con la ascensión nazi, como si el protagonista estableciera su propio pacto con el diablo, en alusión a la película de István Szabó «Mephisto», tal como lo acredita el cameo interpretativo que lleva a cabo el propio director húngaro.

El menudo actor Ivan Barnev da vida a un ambicioso camarero que sueña con convertirse en millonario, para ello se dedica a observar a los clientes importantes y a escuchar sus conversaciones con muchísima atención, con tal de obtener información de primera mano a la que buscará una gran utilidad. Empieza sirviendo mesas en una modesta taberna, pasando después a poner copas en un burdel, hasta llegar a trabajar en un lujoso restaurante art nouveau. Este pequeño gran pícaro conseguirá ascender socialmente mediante un oportunista matrimonio con una súbdita alemana, afín al III Reich.

De ella hereda una valiosa colección de sellos, robada a los judíos de los campos de concentración. Pero el enriquecido viudo no podrá disfrutar de su fortuna tras la guerra, ya que los soviéticos lo encarcelan durante quince años a causa de su apropiación indebida. El entretenido anecdotario está narrado a un vivo y contagioso ritmo vodevilesco, inspirado en los clásicos del cine mudo y dotado de la libertad inherente a un autor que, a la edad de 70 años, se puede permitir el privilegio de permanecer ajeno a las modas y los intereses coyunturales de la profesión. Son dos horas de diversión y disfrute asegurados para quienes gusten de mirar al pasado de la vieja Europa sin ira pero con ironía.

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