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Carlos Fernández Isoird Director de investigación en MIK

Cooperativismo capitalista

Hoy el cooperativismo vive una crisis profunda, una crisis de valores, en la que diferentes factores hacen que sea difícil mantenerse en los principios y que se busquen excusas para mantener el poder y jugar a ser capitalistas

Cuando el cooperativismo se debate entre dos extremos, el sistema está en crisis. Por un lado, nos encontramos con unas bases intelectualoides en las cuales todos somos iguales, todos percibimos lo mismos independientemente de lo que aportemos, haciendo especial hincapié en la solidaridad y con el igualitarismo como bandera. Por otro, nos encontramos con el sistema imperante, el capitalismo o neocapitalismo, un capitalismo maquillado de responsabilidad social corporativa y cierto filantropismo donde lo importante es la maximización del beneficio, el poder y el control.

Hoy estamos asistiendo a un debate en el seno del cooperativismo, la salida de algunas empresas del Grupo Mondragón ante una cierta pérdida de valores, un modelo de poder y de toma de decisiones en el cual los cooperativistas, aunque soberanos en sus cooperativas, tienen poco que decir. Podríamos hacer aquí un símil con la Iglesia católica: feligreses que aportan su trabajo y devoción; curas de barrio, base y sustento del sistema, hoy viviendo una crisis de vocaciones; obispos, hoy en día nombrados desde Roma; cardenales, que habitan en la corte y viven en la intriga del poder aislados del mundo real; y el Papa. Un esquema semejante al que podemos encontrar hoy en Mondragón (no en vano su fundador fue cura), y algo de bueno tendrá el sistema ya que es la empresa que más años ha durado en la historia de la humanidad, unos 2.000.

Hoy, para algunos, ser socio es el equivalente a ser funcionario: trabajo para toda la vida, estatus en el grupo, salario garantizado, marca la diferencia entre los de primera clase (socios) y los segunda (contratados). Es el reino de los igualitaristas donde, gracias a la perversión del sistema, acaba triunfando la mediocridad, gracias a la perversión del sistema -haga lo que haga voy a ganar lo mismo-, por lo tanto, la tendencia a medio-largo plazo implica una pérdida de alicientes personales. Si no se cree y se desarrollan los valores en toda su esencia, acaba derivando en una crisis profunda, similar a la que sufrió el comunismo en los 80 y 90. Sólo el control, el poder y la creación de un sistema dictatorial consiguieron que se mantuviese durante más tiempo.

Hoy, por otro lado, también el cooperativismo intenta ser capitalista y crea cooperativas de segundo grado o sociedades anónimas en las cuales ejerce de propietario y actúa, en muchas ocasiones, peor que cualquier empresario tradicional, ya que los gestores no son inversores reales, se juegan el dinero de la cooperativa, no el propio, y, en muchas ocasiones, su nivel de implicación es mínimo. Por otro lado, es un modelo contrario a los principios cooperativos, pero que se mantiene y sostiene únicamente por el control y el poder.

Hoy estamos asistiendo a otro debate. En este caso, la cooperativización de todos esos trabajadores por cuenta ajena que trabajan en Eroski que, para ser coherente con los principios cooperativos, implica compartir y que cada persona posea un voto. Hace tres años, desde Beijing, escribí: «Dentro de 10 años, si fuésemos coherentes con nuestros valores, la sede del grupo estaría seguramente en Shangai y el presidente se llamaría Jimmy, ya que su nombre en chino seria impronunciable para nosotros». ¿Acaso los principios cooperativos son sólo para los de aquí? Hoy, para que esto no sea así, se buscan fórmulas como las cooperativas mixtas en la cuales el 51 % es propiedad de las cooperativas matriz y el resto es de los socios de trabajo. De esta forma, se mantiene el poder y el control de la sociedad y, por otro lado, emerge una élite, un poder táctico, más allá de las bases y de los socios de la cooperativa.

Hoy el cooperativismo vive una crisis, una crisis profunda, una crisis de valores, en la que la internacionalización, la apertura de nuevos mercados, la entrada de profesionales de otras empresas y el poder de las regalas del mercado capitalista hacen que sea difícil mantenerse en los principios, que se busquen excusas, que no se admita a socias en determinadas cooperativas de segundo grado para mantener el poder y jugar a ser capitalistas.

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