La maravillosa inseguridad de sudáfrica y el reinado de su majestad slater
La bahía de Jeffrey´s Bay se ha convertido durante un par de semanas en la capital del surf mundial, un lugar muy especial en el que las sorpresas están a la vuelta de la esquina.
Juan Pedro SANSINENEA
No. Definitivamente Sudáfrica no es un país seguro. Me di cuenta en cuanto llegué. Tiene muchos encantos pero la seguridad no es lo suyo. En cuanto alquilé el coche y comencé a circular recordé lo que significa conducir por la izquierda, con todo el instrumental del vehículo al revés. Cambiar con la zurda es muy difícil. Quieres darle al intermitente y se pone en marcha el limpiaparabrisas. Los cruces son una ruleta rusa y las distancias a tu izquierda son como virtuales. Así que, tras un llantazo a una acera y dos entradas en dirección contraria tras sendos cruces, mi hijo y yo nos perdimos en Port Elizabeth. Según parece, poco después tuvimos suerte. Bajé la ventanilla manual, para complicar un poquito más el asunto, y me dirigí amablemente a un joven negro que estaba en un semáforo para preguntarle por la dirección de Jeffrey's Bay. No hablaba inglés, solo zulú, y luego comprendí el porqué de su risa. Se reía de mi atrevimiento. En las ciudades importantes de Sudáfrica ningún blanco lleva la ventanilla bajada y menos en un semáforo. Eso lo supe luego. Tuve suerte o mi sonrisa le cautivó.
Tras el apartheid y la desaparición de los ghettos para negros o townships, la violencia que allí reinaba no ha desaparecido, simplemente se ha democratizado. Ha invadido todos los barrios de ciudades como Johannesburgo, Durban o Pretoria, ciudades en las que a partir de la caída del sol no hay nadie en la calle. Los asaltos con violencia son de lo más habitual. O sea, primero te matan y luego te roban. Y no exagero.
Tras una hora de conducir y poner el limpiaparabrisas sin motivo veinte veces, llegamos a Jeffrey's Bay, maravillosa localidad de la región del Eastern Cape con una bahía enorme en cuyo lado derecho rompe una de las mejores olas del mundo. Allí se dasarrollaba el Billabong Pro, quinta prueba del circuito WCT de surf.
Esta ola de derechas de clase mundial tiene cuatro secciones -Supertubes, Tubes, The point y Albatros- que, en determinadas ocasiones, con condiciones ideales se unen una con la otra dando una ola infinita de ¡1 km y medio! de recorrido. El campeonato se llevó a cabo en la sección mas hueca, Supertubes.
Segun nos alojábamos en la casa-pensión del conocido surfista sudafricano-gallego Clyde Martin, las noticias daban cuenta de un accidente. A poca distancia de allí, un hipopótamo había matado a un persona que se había interpuesto en su camino hacia un reconfortante baño en el mar. En la tele contaban las discusiones que siguieron al mortal ataque entre defensores del animalillo y quienes argumentaban que el bicho ya estaba viciado y que había que acabar con él. Como dijo Clyde, los afrikaners, primeros colonizadores de estas tierras descendientes de holandeses cuyos métodos eran simples, fusil y biblia, siempre están dispuestos a desenfundar sus viejas armas. Ya imagináis cómo acabó el «hipo» matón.
Mientras oigo esta noticia, veo en el cristal -por dentro- una araña un poco menor que mi mano. La señalo sin articular palabra y Clyde me responde sin inmutarse. «Es Paquita, la guardiana de la casa. No hace nada. Limpia la casa de insectos». Iba a hacerle un discurso sobre los beneficios de los insecticidas pero me entró la vena ecologista, pensé en la capa de ozono y, mirando para otro lado, opté por callarme.
No, definitivamente Sudáfrica no es un lugar seguro.
Gran campeonato, pobre final
El miércoles disfrutamos de mangas maravillosas sobre olas perfectas de metro y medio tubero. Las mangas de Kelly fueron exhibiciones. Le metió un 9,17 y un 9,75 sobre diez al desafortunado surfer local Travis Logie en los cinco primeros minutos de manga. Imaginaros el calvario del chaval. Sólo pedía que acabara esa tortura. Y es que, en la segunda ola, además de dos maniobras marca de la casa, Kelly se cascó ¡tres tubos!. El segundo más largo que el primero, y el tercero mas largo que el segundo. Musho Kelly, que diría alguno.
Si estamos de acuerdo en que el surf es un baile con las olas como pareja, podemos decir que Slater baila break dance, Adriano de Souza alegre samba y Joel Parkinson danza clásica. A parte de estos tres surfistas destacados mencionaré el buen hacer del local Jordy Smith, surfeando con una seguridad pasmosa. Volviendo a «Parko», me ha impresionado gratamente. No recordaba tanta elegancia en la tabla desde tiempos de Tom Curren. Ese hacer fácil lo imposible, esa redondez de sus giros sin ningún gesto brusco, se merecen puntuaciones más altas. En estos momentos en que la explosividad de las maniobras parece fundamental, se debería recapacitar sobre la belleza en el surf y dejar algo de espacio al arte. Y Joel Parkinson es un artista.
La final fue de lo peor del campeonato, con unos quince primeros minutos con Slater y Fanning empeñados en maniobras imposibles que acababan en caídas predecibles. Slater decidió que ya le había dado demasiadas oportunidades al vigente campeón del mundo y puso orden en la final con un «olón» de 8,5 puntos. Remató la faena con un 8,23 mientras Mick Fanning vagaba como un fantasma de caída en caída. Ninguna de sus mejores dos olas alcanzó los cinco puntos.
Y todos nos acordamos de la semifinal de «Parko» en la que Slater sudó tinta, perdió los nervios y ganó por los pelos.