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«Debemos alimentar nuestra capacidad de disentir, incluso de nosotros mismos»

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CÉSAR MANZANOS, Autor del libro «invitaciÓN al pensamiento»

César Manzanos, doctor en Sociología, es conocido por sus numerososs trabajos de investigación -y también de denuncia- en torno a la situación en las cárceles, las drogodependencias o la marginación. Ahora, sin embargo, se presenta con una propuesta bien diferente, al menos en lo que al formato se refiere. Se trata de «Invitación al pensamiento, trescientos y un aforismos para disentir».

«Invitación al pensamiento» (Arte Activo Ediciones) está constituido por reflexiones condensadas en apenas unas líneas sobre los más variados temas, desde la salud al sexo, pasando por la educación, la locura o las drogas. Manzanos, autor de numerosos ensayos a caballo entre la sociología y la política destinados sobre todo a especialistas, ha querido en esta ocasión explorar un camino «más literario», en un intento por llegar a todo tipo de públicos.

Decía Unamuno que, en realidad, sólo se puede pensar en aforismos. ¿Qué le parece?

Creo que es una reflexión bastante acertada. Detrás de la poesía, la novela, el ensayo o cualquier otro género, lo que hay es una serie de pensamientos condensados, una especie de síntesis filosófica.

Algunos de sus aforismos son, digámoslo así, muy pesimistas («La esperanza no existe, la inventaron los ricos y los curas para descojonarse de los pobres»); otros, en cambio, muy vitalistas. ¿Está de acuerdo con el diagnóstico?

El libro es una invitación a disentir no sólo de cómo se definen las cosas formalmente, con independencia de qué ideología las defina, sino también a disentir incluso de cómo las defines tú mismo. «Yo no estoy de acuerdo con tal aforismo», me dice uno; «pues, en este momento, quizá yo tampoco», le respondo. Es lo bueno de tener ideas, que puedes cambiarlas. Hay un aforismo que dice: «Lo único que tengo seguro en esta discusión es una contradicción completa». No son sentencias en plan nietzschiano, no tratan de aconsejar a nadie, sino invitar a que cada cual alimente su capacidad y su derecho a disentir, y a hacerlo en sentido profundo, incluso de sí mismo. «A veces, necesito autoexiliarme de mí mismo -dice otro aforismo- y, una vez que me he autoexiliado y pasado de mí, puedo volver más relajado».

«La chispa de la vida -dice- no es la Coca Cola, sino la ironía». Muchos de sus aforismos destilan humor. ¿El humor no es, con frecuencia, el bálsamo de los pobres, de los dominados... de los disidentes?

Sin duda. Por ejemplo, Jon Idigoras decía que la izquierda abertzale jamás saldría adelante sin sentido del humor. Y no cualquier sentido del humor, que reírse no es siempre necesariamente sano; lo es si, como Jon, eres capaz de reírte de tu propia estampa. Él sabía que un pueblo no puede recrearse sin descojonarse de sí mismo. Los aforismos funcionan muchas veces en clave de humor, y, cuando tú desmitificas y relativizas las cosas, tienes capacidad de reinventarlas. El humor, además de desdramatizar la condición humana, es el mejor antídoto ante una sociedad que, bajo la etiqueta de democrática, es absolutamente totalitaria.

«La represión lo único que consigue, cuando no logra aniquilarnos, es convertirnos en disidentes crónicos». Tal y como están las cosas, ¿es a lo máximo a lo que se puede aspirar, a ser disidentes crónicos?

Creo que el futuro de los pueblos como Euskal Herria tiene que ver con eso. Lo que más me atrae de los pueblos sin estado es precisamente que no tienen estado, porque el día que lo tengan quizá estemos en las mismas. Cuando a un pueblo le niegan el estatus del que otros disfrutan, le están negando su esencialidad, su capacidad de afirmarse frente a lo que está instituido. La capacidad de disentir -y de resistir, claro- es lo que mantiene a ese pueblo vivo.

«Dime a qué aspiras y te diré qué clase de toxicómano eres». ¿La disidencia puede ser también una toxicomanía?

Puede serlo. Tengo una amiga que dice que ni se casa ni tiene hijos porque quiere ser autónoma, no quiere ser dependiente. Pero, como digo en otro aforismo, «era una persona tan autónoma que se hizo autodependiente y un poco antisocial». Cuando la disicencia se convierte en obsesión, puede crear dependencia, como todas las obsesiones. Uno se tiene que dar cuenta de que nada es en sí mismo, sino en función de la capacidad de recrearlo. Debemos tener la capacidad de afirmar algo y luchar por ello, pero también de relativizarlo.

A lo largo del libro se muestra crítico con la Iglesia, con el Ejército y, en general, con el Poder. Pero quizá el lector detecte una especial animadversión hacia las ONG. «Prefiero ser colonizado por militares que por una ONG», llega a decir.

Yo llamaría a las ONG los paramilitares del asistencialismo. Creo que las nuevas formas de colonialismo tienen mucho que ver con ese asistencialismo, que se ha utilizado de un modo muy perverso. En realidad, ¿qué es una ONG? Es una organización no gubernamental, vale, pero una organización reconocida por los estados. El resto no existen. Precisamente el concepto de ONG se inventó para aniquilar o ningunear a todos aquellos movimientos sociales que tenían autonomía y capacidad de acción propia. Las ONG constituyen un paraestado que se nutre, se lucra y sirve a los estados y al capital que los sustenta para reproducir un orden social. De las ONG se puede decir aquello que se decía de algunos curas, que tienen un pedir que parece que están dando. Es la construcción de la apariencia.

«La mejor forma de no tener ni idea de las relaciones sociales es limitarse a estudiar Sociología», dice. Usted, sin embargo, no se ha limitado a la Sociología y, con «Invitación al pensamiento», inicia también un camino literario.

Yo he escrito literatura desde siempre y, ya en 1982, publiqué algunos poemas. Pero es verdad que me he dedicado ante todo al ensayo sociológico o político. La literatura, sin embargo, me parece un camino más apropiado para llegar a un público más amplio y este libro de aforismos es el primer paso en ese camino.

¿Y está alcanzando su objetivo?

La verdad es que estoy gratamente sorprendido. Lo he presentado aquí, entre amigos, en México, ante los presos zapatistas, también ante un grupo de esquizofrénicos... y está llegando a gente a la que hasta ahora no había llegado, desde el colega que te dice que no había cogido un libro desde que terminó la primaria y que éste, en cambio, lo ha leído en una hora muy a gusto, hasta el taxista que comenta los aforismos con sus compañeros en la parada.

Un camino, por tanto, a seguir explorando.

Seguro. En realidad, podría publicar algo ya, pues tengo listos otros 800 aforismos, además de poemas y relatos. Pero no tengo ninguna prisa.

Martin ANSO

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