Kepa Tamames Ensayista
La Celedona
Lo de la igualdad está muy bien, así, en abstracto. ¡A mí me lo van a contar! Pero convertirlo en una obsesión postural conduce las más de las veces al siempre indeseable terreno de lo absurdo ¿Acaso no sería coherente, siguiendo la estela de la Celedona, nombrar a un patrón macho?
Vaya por delante que las primeras líneas del presente artículo están especialmente pensadas para quienes no tienen relación alguna con la ciudad de Vitoria-Gasteiz, insigne capital de Euskadi, ni por lo tanto con sus costumbres más arraigadas, por lo que los locales de toda la vida pueden saltarse esta breve introducción y pasar sin remordimientos al siguiente párrafo. Nos centramos. En Vitoria, cada cuatro de agosto, docenas de miles de personas se reúnen en la plaza central, y a la que dan las seis en punto de la tarde desciende un muñeco -el famoso Celedón, seguro que les suena- por una cuerda y cuando llega a su destino se reencarna en humano y la gente pega brincos de alegría no se sabe muy bien por qué pero los pega y todo es muy emocionante e inolvidable según los forasteros testigos del tumultuoso evento. (Si quieren más detalles, vienen y lo ven). Sigo. Como todo esto hay que mamarlo desde pequeñito, desde hace ya muchos años (veinticinco para más señas) existe la consabida versión infantil. El Celedón Txiki, que viene a desem- peñar en una de las jornadas festivas el mismo papel que su hermano mayor el día del chupinazo. Bueno, un detalle para los chavales, sin más. Pero -se veía venir- hete aquí que en la presente edición quieren incorporar al muñequito la original presencia de una acompañante, muñequita ella en consecuencia, por aquello de que las niñas, las de carne y hueso, no se sientan discriminadas. No parece que la ausencia femenina haya causado estragos en las mentes infantiles a lo largo de las dos últimas décadas -al menos no se conocen estudios médicos al respecto-, pero precisamente doctores tiene la santa madre iglesia en cuestiones de discriminación, supongo.
Es evidente que utilizo la noticia como excusa para hablar de algo más profundo como es el tema de la discriminación (me refiero naturalmente a la mala, la arbitraria, porque esto viene a ser un poco como el colesterol, no nos engañemos). La discriminación constituye en sí misma un grosero ejercicio de injusticia, que se traduce en cosas tan abyectas como el racismo, la violencia doméstica o el terrorismo ideológico. Demasiado repugnante como para juguetear con ella y usarla a modo de arma arrojadiza contra el contrincante político o como muestra inequívoca de progresía de manual.
Porque pudiéramos estar elevando a la categoría de «problema» cosas y situaciones que de hecho no lo son. Lo de la igualdad está muy bien, así, en abstracto. ¡A mí me lo van a contar! Pero convertirlo en una obsesión postural conduce las más de las veces al siempre indeseable terreno de lo absurdo. Piensen si no en el agravio comparativo que desde este año supone para la versión adulta -la más castiza por antigua, de hecho- del evento antes mencionado, y sobre el que al parecer no pende de momento la amenaza progreguay, de lo que tanto saben ellos y ellas, ediles y edilas, pues cuatro años pasan volando y conviene dejar tu impronta como sea, en forma de polideportivo multiusos o de muñeca en resina poliéster.
Ya me imagino a una Celedona bien plantada acompañando orgullosa a su partenaire en el trayecto a la balconada. Entiendo que sólo entonces habremos superado siglos de injusta discriminación en lo que al género se refiere. Y quien dice el género dice otras cosas. Yo ya voy dejando caer la sugerencia desde esta tribuna a las diferentes comunidades que forman hoy parte consustancial de la vida gasteiztarra para que acudan en masa al consistorio y exijan sus derechos. Muy bien, lo han pillado al vuelo: ¡un Celedón chino! Y otro argelino. También uno ecuatoriano, que no ocupa mucho, y otro más alemán, rubiote y con la cara colorada. ¡Que no discriminen a nadie! Yo propongo formalmente el recorrido en grupo, sin ausencia que evidencie discriminación alguna. Todos cogiditos de la mano bajo un inmenso ramillete de paraguas. Pelín incómodo, quizás, pero nadie dijo que superar etapas oscuras en lo moral fuese tarea fácil. En cualquier caso, y ya puestos, ¿a ustedes no les parece que aquí falta algo? Tranquilos, les dejo un segundito para que lo piensen. [...] ¡Ahí estamos, están hechos unos linces, esto es coordinación mental! ¡Un Celedón gay! Pero gay de verdad de la buena, nada de escenificaciones edulcoradas. Fuera el casposo atuendo de aldeano alavés, bienvenida la camiseta de tirantes y el pantalón ceñido; a la basura las trasnochadas abarcas, vivan las zapatillas purpurina divinas de la muerte. (Si acaso les parece inadecuado el estereotipo de locaza que ofrezco para la propuesta, a mí no me lo cuenten; diríjanse a los responsables del desfile del Día del Orgullo).
Y como la estupidez en su versión provinciana parece no conocer límites, tomen nota de lo que escribo: acabaremos viendo con estos ojitos que se ha de comer la tierra una parejita de monos -chimpancé él, orangutana ella, un poner- atravesar la plaza blandiendo orgullosos sus paraguas azulones. Porque el Proyecto Gran Simio tiene mucho recorrido, mal haríamos en subestimarlo.
Por cierto. ¿Me tendría que sentir yo discriminado como varón por tener como representante patronal a una mujer y sólo a ella? ¿Acaso no sería coherente, siguiendo la estela de la Celedona, nombrar a un patrón macho, para que ambos, ella y él, él y ella, con la paridad por principio irrenunciable, actúen en comandita como iconos de la feligresía local? Tengo que reflexionar sobre ello.
Yo entiendo que gestionar todo esto debe de resultar mareante. Mas cada problema tiene su solución si se busca con anhelo y buen criterio. De cara a próximas legislaturas podría crearse una concejalía expresa para tales menesteres, dirigida naturalmente por una mujer lesbiana negra, qué sé yo, algo así. Miren, les dejo si les parece, porque la cabeza me da vueltas y hasta noto cierto zumbido en las meninges. Yo bastante hago con proponer gratis total iniciativas por las que otros y otras se llevan una pasta gansa. Y con todo este lío ni sé si me quedan aspirinas.