La «libertad duradera» mengua en Afganistán
EEUU sigue perdiendo pie en el avispero afgano
Con el sur de Afganistán nueva y prácticamente en manos talibán, EEUU reconoce que sus tropas están a la defensiva en el este del país. Al otro lado de la frontera, Pakistán mueve los hilos para forzar a Washington a una negociación.
Dabid LAZKANOITURBURU
El Ejército estadounidense y sus aliados de la OTAN están ya a la defensiva en el este de Afganistán, una región considerada hasta hace poco como uno de los escenarios de éxito en la guerra contra la insurrección. El ataque, hace escasas semanas, contra una base de la provincia de Kunar, en el que participaron centenares de guerrilleros, encendió todas las alarmas en Washington y no sólo porque fue el más mortífero para las tropas extranjeras (nueve soldados muertos) en lo que va de año sino porque denota una audacia y eficacia creciente de la insurrección en esta región afgana fronteriza con Pakistán.
Lo que pasa actualmente «es muy serio y el este de Afganistán está sometido a una fuerte presión», reconoce Bruce Riedel, antiguo responsable de la CIA enrolado actualmente en el centro de análisis Brookings Institution. Para este analista no hay duda de que este giro en la situación tiene su origen en la actitud no intervencionista del nuevo Gobierno paquistaní en las zonas tribales pastunes que comparten etnia con sus hermanos del otro lado de la frontera.
«Antes, la situación se deterioraba en un solo frente, el del sur. Ahora que la situación se degrada igualmente en el este, ello compromete seriamente los medios americanos y de la OTAN en la zona», añade. El jefe del Estado Mayor inter-ejércitos de EEUU, Michael Mullen, ha coincidido estos días en que «el enemigo en Afganistán se ha tornado más audaz y más sofisticado».
«Los insurgentes pueden entrenarse con toda tranquilidad en Pakistán, la cifra de insurgentes y de extranjeros que cruzan la frontera crece día a día y este movimiento debe cesar», ha insistido Mullen.
Frente al incremento de los ataques, el Pentágono ha comenzado a centrar su atención en Afganistán, donde tiene desplegados a 36.000 soldados, pocos si los comparamos con los 150.000 destinados en Irak.
El debate ha llegado a la carrera a la Casa Blanca. Tanto el demócrata Barack Obama como su adversario republicano, John McCain, rivalizan estas últimas semanas en la dureza de sus mensajes amenazadores contra la resistencia afgana, siempre con la cuestión iraquí como telón de fondo.
Más allá de los mensajes de campaña y sobre el terreno, un portaaviones estadounidense, el USS Abraham Lincoln, surca ya el mar de Arabia para dar cobertura a las operaciones militares en Afganistán. En la misma línea, la misión de 2.200 marines enviados a suelo afgano como refuerzo ha sido prolongada por lo menos un mes más, hasta noviembre. Un general estadounidense en Afganistán reclama insistentemente que le envíen cientos de nuevos vehículos blindados resistentes a las minas (MRAP, Mine Resisting Ambush Protected) para equipar a sus tropas contra las bombas de fabricación artesanal, cada vez más utilizadas por la creciente resistencia afgana.
El Pentágono, que envió en primavera 3.500 nuevos efectivos, condiciona nuevos refuerzos a una reducción del contingente en Irak. El secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, ha apelado al envío lo más rápidamente posible de refuerzos ante el recrudecimiento de la «amenaza talibán», confirmando que el llamado problema afgano está suplantando a Irak en la lista de quebraderos de cabeza del Pentágono.
«Estamos trabajando muy duro para ver si hay posibilidades de enviar fuerzas armadas suplementarias y hacerlo cuanto antes sería lo mejor», señala el jefe del Pentágono.
Como muestra del cambio de prioridades en curso, el almirante Mullen ha señalado que recomendará a inicios de otoño una nueva reducción del contingente estadounidense en Irak, en vistas de que la seguridad en el país árabe ocupado «ha mejorado indudable y ostensiblemente». El jefe del Estado Mayor inter-ejércitos ha regresado estos días de una visita relámpago a Islamabad para exigir a Pakistán un mayor compromiso en su «guerra mundial al terror».
Preguntado por la posibilidad de operaciones estadounidenses unilaterales al otro lado de la frontera, Gates se limitó a asegurar que Washington «llevaría a cabo acciones defensivas en caso de ataque. Más allá, no diré nada», concluyó, en una muestra de que la exasperación de Washington con Islamabad gana enteros.
Bryan Whitman, portavoz del Pentágono, recuerda que «una parte del esfuerzo no es militar, ya que consiste en trabajar con nuestros colegas paquistaníes para que se ocupen de la situación al otro lado de la frontera». Para Sam Brennen, experto del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, «la capacidad de las fuerzas americanas y de la OTAN de influir en los acontecimientos está en relación directa con su conocimiento de lo que pasa realmente en la frontera paquistaní».
Entusiasmados con la situación
Syed Saleem Shahzad, analista de «Asia Times» asegura textualmente que «en el cuartel general paquistaní en Rawalpindi están entusiasmados con los arrolladores éxitos militares de los talibán, que han reducido al Gobierno respaldado por EEUU del presidente Hamid Karzai al nivel de un testaferro que decora el palacio presidencial de Kabul; él y sus funcionarios ni siquiera se atreven a atravesar la calle para tomar el té de la tarde en el Hotel Serena».
En un artículo traducido y publicado por la web de Rebelión, este analista señala que, una vez que las probabilidades de victoria occidental contra la insurgencia se agotan, Pakistán estaría embarcado en un proyecto para forjar una coalición talibán a ambos lados de la frontera bajo su órbita. Para ello está buscando aislar a los sectores talibán más comprometidos con una agenda de lucha global contra EEUU -vinculados con Al Qaeda- y fomentar una alianza en clave tribal, es decir, de lucha contra las tropas occidentales que ocupan Afganistán.
Islamabad cuenta para ello con el apoyo tradicional del grueso de los talibán paquistaníes, que comparten etnia -pastún- y creencias religiosas rigoristas con sus hermanos afganos. Cuenta, asimismo, con el alineamiento del señor de la guerra afgano Gulbbudin Hekmatyar, cuyas milicias son fuertes en el este de Afganistán.
El objetivo de Pakistán sería unir estas fuerzas con los clanes kandahari de los talibán que controlan de facto buena parte del sur de Afganistán. Una alianza que Islamabad podría presentar a Washington como una alternativa negociadora frente a una realidad afgana cada vez más enfangada.
1998
Nace el movimiento talibán (estudiante del Corán) tras la toma de Kabul a los soviéticos por parte de los mujahidines, apoyados por EEUU y Arabia Saudí.
1995-1996
En una campaña relámpago y con el apoyo de Pakistán, los talibán, de etnia pastún y que profesan una versión rigorista del islam, conquistan casi todo el país.
Octubre de 2001
EEUU lanza una campaña de bombardeos coordinada con una ofensiva de la Alianza del Norte para desalojar del poder en Kabul al Gobierno talibán.
Diciembre de 2001
Replegados a su feudo en Kandahar, los talibán ordenan una retirada total. Advierten, eso sí, de que iniciarán una guerra de guerrillas contra las tropas extranjeras.
2007
Tras controlar buena parte del sur, los talibán anuncian que su objetivo es recuperar Kandahar y extienden sus ataques a la práctica totalidad del país.
26 de julio
Los talibán se hacen con el control de un distrito central (Agiristán). La resistencia intensifica sus ataques en el este del país, donde EEUU está ya a la defensiva.
Momim Jan Darwish, chófer paquistaní, muestra las cicatrices de su cuerpo tras haber sobrevivido en marzo a un ataque con lanzagranadas contra un convoy de 40 cisternas de gasolina destinadas a las tropas de la OTAN.
El convoy fue atacado en el legendario Paso Khyber, que conecta, a 1.000 metros de altitud, a Pakistán y Afganistán. Escenario habitual de este tipo de ataques, esta carretera estratégica que arranca en Peshawar, capital del noroeste de Pakistán, fue escenario en junio de una ofensiva del Ejército que se extendió a todo el distrito de Khyber.
No obstante, la ruta sigue siendo peligrosa, advierte Jan. Incluso para los que, como él, no transportan avituallamiento para la OTAN. De hecho, en marzo, tuvo la mala idea de alinear su camión junto al convoy de la OTAN. «Noté una gran explosión y fui lanzado a tierra por un muro de fuego», recuerda. Tras cuatro meses en el hospital ha vuelto a trabajar. «Tengo cuatro hijos y no puedo perder este trabajo», señala mesándose su larga e hirsuta barba, semejante a la de los talibán. «Es para pasar desapercibido...».
Cada día, cientos de camiones abigarrados salen del paso de control de Karjano, junto a Peshawar y enfilan la carretera hacia el Paso Khyber. Tras cruzar el peligroso tramo paquistaní, en el lado afgano les espera lo peor.
Más de 100 camioneros paquistaníes han muerto en el último año atacados en la carretera desde Peshawar a Kabul, la mayor parte en el lado afgano.
Pero muchos deciden arriesgarse por un sueldo de alrededor de 180 euros, el triple del salario mínimo en Pakistán. Es el caso de Rajib Jan, quien acaba de regresar de un viaje a Afganistán y se ha encontrado en el camión una advertencia para que deje de avituallar a las tropas ocupantes. «Reconozco que estoy haciendo algo anti-islámico porque estoy suministrando a los infieles, pero es mi trabajo. ¿Qué puedo hacer si no?».