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ANÁLISIS | El desafío chino

Más allá de los Juegos Olímpicos

Bajo el amparo del número ocho, con connotaciones relacionadas con «felicidad» en China, el próximo día 8 de agosto, octavo mes del año, a las 8:08 de la mañana, darán comienzo los Juegos Olímpicos de Verano en China. El Gobierno de Beijing deberá ser capaz de regular el crecimiento de la sociedad con los problemas medioambientales que se general y, al mismo tiempo, hacer frente a las demandas que esa sociedad en crecimiento pueda solicitar

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La celebración de las Olimpiadas en Beijing, que arrancan el viernes, ha centrado las miradas, muchas de ellas críticas, sobre China, que ha ocupado también muchas portadas en los últimos meses al haber tenido que hacer frente a graves catástrofes naturales, accidentes y protestas a favor de Tíbet. El autor analiza los cambios en la sociedad china y en su sistema político, así como los principales retos que afronta.

Las Olimpiadas son para el dragón asiático la oportunidad esperada desde hace años para poder mostrar al mundo los avances chinos y, sobre todo, su deseo de presentarse ante la comunidad internacional como una alternativa seria a la lista de potencias mundiales, emergentes o no, que pueden disputar en el futuro la supremacía estadounidense en el teatro mundial, y tal vez estructurar en torno suyo un nuevo orden mundial que acabe con el unipolarismo hegemonizante que hoy en día mantiene Washington.

No ha sido un año fácil para el Gobierno chino, las importantes nevadas que colapsaron el país a finales de enero, las protestas de Tibet en marzo, el accidente de trenes en abril, el terremoto de mayo, o las recientes inundaciones en el sur del país son acontecimientos que podían haber puesto en tela de juicio ese manto de esperanza que se creó en torno al ocho. Sin embargo, la reacción del Gobierno, con sus máximos representantes a la cabeza, y la movilización de la población ha permitido solventar de momento esos duros reveses.

Desde hace unos meses se ha desatado una especie de paranoia en algunos medios de comunicación occidentales, presentando buena parte de las medidas adoptadas por el Ejecutivo como «prueba irrefutable» del déficit democrático que atesora. Obcecados en mostrar interesadamente la cara menos amable del Estado chino, olvidan con ligereza que las anteriores citas olímpicas en sus propios países han estado acompañadas de medidas similares. Desplazamiento de grupos de población, pelotazos inmobiliarios, detenciones masivas, control de la población, restricciones de movimientos... son experiencias que se han repetido en los Juegos Olímpicos más recientes.

Esos abanderados de la ética y la democracia de corte occidental deberían repasar la actuación de sus ancestros y recordar el trato que desde Occidente se dio a China en el pasado. La actitud de Gran Bretaña y Francia en el siglo XIX en torno a la llamada Guerra del Opio es un buen ejemplo. Mientras que ahora se tiende a criticar a China en temas de derechos humanos, libertad religiosa o corrupción, se olvida que a través de la guerra del opio, toda una generación china estuvo encadenada al consumo del mismo y causó un auge de la corrupción hasta parámetros nunca vistos.

La tendencia a aplicar parámetros y ecuaciones eurocéntricas sobre todos los aspectos de la vida, hace que se pase por alto la visión del mundo y la sociedad que se tiene en otras realidades, bien sea China, África o cualquier otro lugar del mundo.

China es un gigante en movimiento, toda lectura estática sobre cualquier realidad de aquel país está abocada al fracaso. Es necesario comprender, por tanto, que si bien los Juegos Olímpicos son un reto clave a corto plazo, la complejidad china lleva aparejada un sin fin de retos a medio y largo plazo.

El sistema político chino es uno de los mayores quebraderos de cabeza para algunos analistas occidentales. La lucha por el poder dentro del propio Partido Comunista de China (PCCh) ha sido una constante a lo largo de su historia, pero esos peligros de desestabilización han sido superados en cada una de las ocasiones que se han planteado.

La evolución ideológica dentro de las líneas fundamentales del PCCh es clave para entender esa realidad y echar por tierra las teorías quietistas en torno al propio partido. Las teorías de los tres representantes de Jiang Zemin ha dado paso a la construcción de «la sociedad armoniosa» de Hu Jintao, y son buena prueba de que la política gubernamental china no es estática.

El último congreso del PCCh situó sobre la mesa un nuevo reto, encaminado a «avanzar con el pensamiento de la liberación», lo que algunos definen como la tercera ola de las reformas políticas chinas. No obstante sería un grave error intentar entender o equiparar estas reformas políticas bajo parámetros occidentales de democracia. Los representantes chinos prefieren hablar de «extender la democracia de base y participación».

En ese sentido, se están sucediendo experiencias participativas, sobre todo en las zonas rurales, donde la implicación de base en los pueblos está recuperando y movilizando la participación política. Unido a ello está la instauración del sistema «zhengfa» (oficinas políticas y judiciales), que busca poner fin a determinados excesos de algunos representantes regionales y políticos, así como el «sistema de tenencia», que quiere dar poder real a los delegados del partido.

Los dirigentes chinos son conscientes de que el desarrollo económico puede estar generando desequilibrios importantes que si no se atajan pueden desembocar en un serio riesgo para la estabilidad del sistema, de ahí que sigan desarrollando una política para frenar la inflación, combatir la corrupción, continuar con las reformas políticas y conservar el medioambiente, entre otras cuestiones. Por eso, intentar encuadrar la visión reformista de los dirigentes chinos en los «modelos democráticos» auspiciados por Occidente sería redundar en el error.

Las desigualdades económicas son otra fuente de inestabilidad en auge. Muchas de las protestas que se suceden a lo largo del año en China están unidas a los desequilibrios económicos. Algunas medidas han traído consigo el aumento considerable del desempleo en las ciudades, mientras que en las zonas rurales el desarrollo de proyectos no agrícolas, la compra de tierras y el desplazamiento de la población hacia la ciudad también ha generado bolsas de desempleados.

Las políticas impuestas por instituciones internacionales han sido, en parte, las causantes de esa situación. La privatización de algunas empresas y servicios han contribuido a que las desigualdades se sucedan en China. El Gobierno es consciente de que la desigualdad regional es una fuente de divisiones políticas que puede afectar de forma negativa a dos de sus pilares programáticos, la estabilidad y el desarrollo.

Cuando la gente rechaza alguna actuación de las autoridades y se encuentra sin salida para canalizar sus protestas y demandas, se desatan los actos violentos contra las representaciones gubernamentales. Choques por intereses empresariales frente a reclamaciones populares, demolición de viviendas, bajas compensaciones sobre tierras y, en ocasiones, ciertos componentes étnicos, son algunos de los motivos que generan protestas en China. Porque, como señala un analista local, «por norma general, el pueblo chino siempre ha sido muy tolerante, pero como cualquier persona, la tolerancia tiene sus límites»

Una característica de esta nueva coyuntura es la emergencia de los llamados nuevos ricos. Este año se cumplen treinta años del inicio de las reformas económicas de la última era china, lo que ha supuesto la formación de un grupo de nuevos ricos que en China reciben todo un abanico de nombres (xingui-nuevos ricos; dakuan-derrochadores; xin zibenjia-nuevos capitalistas; fuhao-ricos y poderosos). Pero, en esta ocasión, tampoco sirven los parámetros occidentales para catalogarlos como nueva clase media, ya que su composición y conceptualización es mucho más compleja.

Los nuevos ricos son un grupo compuesto por élites económicas, la pequeña burguesía emergente y los profesionales ligados a sectores económicos en ascenso. No todos los componentes de ese grupo son «super-ricos», existe una jerarquía en cuento al estatus y el poder político, pero es evidente que existe cierta relación entre poder económico y político. La participación de los llamados «empresarios privados» ha sido central en el desarrollo del sistema económico chino, junto a ellos la aparición de los nuevos profesionales y otro tipo de capital humano también ha contribuido a las citadas transformaciones. La velocidad de algunos de estos cambios dificulta identificar y clasificar los factores claves en el mismo. Pero la aparición de nuevas formas de consumo, ligadas al lujo y al ocio y dirigidas hacia esa nueva clase puede acabar convirtiéndose en un arma de doble filo.

Históricamente, la población china ha sido muy dad al consumo, pero si eso conlleva el aumento de las distancia entre unos y otros, el desequilibrio puede ser fatal. Además, esos nuevos ricos han mostrado su rostro en otros lugares, su expansión internacional parece preocupar a sus competidores occidentales, que no ven ningún problema si se mantienen de puertas adentro en China, pero que temen la competencia en el resto del mundo.

El desarrollo sostenible y el medio ambiente son motivos de preocupación para el gobierno. Una doble amenaza pende sobre el futuro chino, por un lado, los problemas relacionados con una sobrepoblación y su desarrollo, que genere erosiones, deforestaciones y desertificación. Por otro, el rápido crecimiento industrial puede provocar nuevos problemas de polución y desequilibrios regionales. Las instituciones internacionales, pese a todo, reconocen que en los últimos veinte años, el Ejecutivo chino lleva dando pasos importantes para poder corregir esos riesgos.

Muy unido a lo anterior están las políticas sociales, el crecimiento demográfico y la demanda alimentaria. China ha sabido mantener un adecuado equilibrio entre el crecimiento de su población y su acceso a una adecuada alimentación, de hecho, la importación de alimentos es muy pequeña. La tan criticada en Occidente política de «un solo hijo» ha sido clave en ese éxito que permite mantener el delicado balance entre crecimiento de la población, seguridad alimentaria y desarrollo humano (India podría ser la otra cara de la moneda). Los indicadores de desarrollo (expectativa de vida, ingresos per cápita, acceso a la educación, servicios sanitarios o accesibilidad a la alimentación) no sólo no han empeorado, sino que han progresado en China.

Los gobernantes chinos están abordando también retos relacionados con la mujer, la familia, la educación, la salud o las desigualdades sociales, conscientes que su importancia para mantener la armonía social o desarrollar una sociedad armoniosa. Esta política ha permitido eliminar casi por completo la «pobreza absoluta», aconseja mayores inversiones en servicios sociales, al tiempo que introduce un sistema de impuestos progresivo, donde los que más tiene pagan más, y busca afianzar el rumbo de China.

En los próximos meses China también tendrá que lidiar con otros desafíos, como son los movimientos secesionistas, la relación con Taiwán y los desequilibrios étnicos y regionales. Las protestas de la población tibetana o uyghur pueden verse acrecentadas durante la celebración de las Olimpiadas, pero esas demandas transcienden el ámbito olímpico y si no se afrontan desde el diálogo y la negociación, perdurarán en el tiempo.

La sacrosanta unidad territorial china, unida a lo anterior y a las relaciones con Taiwán también estará en la agenda china en el futuro. Un acuerdo negociado con Taiwán es la base para el restablecimiento de unas relaciones normalizadas y la rebaja de la tensión regional. Sin olvidar las demandas étnicas de algunas minorías que se están viendo desplazadas por la hegemonía Han y que pueden generar importantes quebraderos de cabeza a los dirigentes chinos.

Las Olimpiadas no debe impedir ver el trasfondo de una compleja realidad que representa el dragón chino, con sus retos y sus cambios, pero siempre en base al deseo de la población china y no a un guión elaborado por actores extranjeros en base a sus intereses.

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