Jacques Diouf Director general de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
¿Pacto neocolonial contra la crisis alimentaria?
Algunas negociaciones están conduciendo a relaciones menos equitativas y a una agricultura mercantilista y de corto aliento Corremos el riesgo de estar creando un pacto neocolonial para el suministro de materias primas sin valor agregado de los países productores, bajo condiciones laborales inaceptables para los trabajadores agrícolas
Algunas de las presuntas soluciones a la crisis de la escasez de alimentos nos están llevando a relaciones más desiguales entre los países y a una agricultura mercantilista y de corto aliento. Hay que evitar que se distorsione una buena idea.
Al inaugurar la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial, el 3 de junio, sostuve que «la solución estructural al problema de la seguridad alimentaria es aumentar la productividad y la producción en los países de bajos ingresos con déficit de alimentos».
«Eso requiere, además de ayuda al desarrollo, soluciones innovadoras. Se necesitan alianzas de riesgo compartido, o `joint-ventures', entre los países que cuentan con esos recursos financieros y aquéllos que poseen tierra, agua y recursos humanos. Sólo así será posible asegurar un desarrollo agrícola sustentable en un contexto de relaciones internacionales más equitativas», decía.
Sin embargo, algunas negociaciones están conduciendo a relaciones menos equitativas y a una agricultura mercantilista y de corto aliento.
Vale la pena mencionar las muchas iniciativas adoptadas en América Latina, África, Asia y Europa oriental, cuya implementación despierta preocupación y requiere urgentes correctivos.
El propósito era alcanzar sociedades mixtas a las que cada parte contribuyera según sus ventajas comparativas. Una aportaría capacidad financiera y administrativa y la garantía de mercados para los productos. La otra pondría la tierra, el agua y la fuerza de trabajo.
La complementación de conocimiento técnico, económico, financiero, legal y fiscal, y conocimiento del ambiente social, natural y cultural conformaría una base sólida para que las dos partes asumieran riesgos y beneficios de una cooperación a largo plazo.
Pero lo que está pasando es que una parte pretende controlar el papel que corresponde a la otra. Las compras de tierras agrícolas o largos contratos de arrendamiento son los favoritos de los inversores extranjeros.
En algunos países donde la tierra es un producto, cotizable como cualquier otro y utilizado como refugio de la devaluación de la moneda, son frecuentes las protestas de campesinos, trabajadores agrícolas y pueblos indígenas. En otros casos, la apropiación de tierras es fuente de conflictos abiertos o latentes. Si a esto se suman los valores emocionales o incluso religiosos depositados en lo que constituye uno de los fundamentos de la soberanía nacional, es fácil imaginar el peligro de disturbios cuando la tierra cae en manos extranjeras.
Este es un problema acuciante y global, si se toma en cuenta el papel de la especulación y los precios crecientes de la tierra, en un mundo que debería llegar a 2050 duplicando su producción actual para satisfacer, entre otras cuestiones, el aumento de la población y las necesidades de las naciones emergentes.
La explotación de los recursos naturales con el fin único de lucro difícilmente favorece el tipo de producción cuidadosa de las reservas minerales y orgánicas de los suelos ni evita prácticas como la deforestación y los incendios.
Tampoco permite un uso menos contaminante de fertilizantes y plaguicidas, ni alienta la coexistencia de cultivos y pasturas, o la rotación de siembras necesaria para restaurar las propiedades biológicas y nutritivas del suelo.
Corremos el riesgo de estar creando un pacto neocolonial para el suministro de materias primas sin valor agregado de los países productores, bajo condiciones laborales inaceptables para los trabajadores agrícolas.
Hay que evitar que se distorsione una buena idea. Estas inversiones extranjeras directas en la agricultura deben crear empleos, ingresos y alimentos, facilitando al mismo tiempo la amistad entre las naciones.
Por eso la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación cree que es el momento de una profunda reflexión sobre las condiciones necesarias para crear exitosas alianzas internacionales destinadas a la producción de alimentos.
¿Cuáles serían las garantías para las dos partes, los incentivos necesarios, el marco legal y las mejores condiciones para la producción, la industrialización y el comercio, el tipo de contrato más apropiado para los trabajadores, así como para el beneficio del Estado, los pequeños agricultores y el sector privado?
Esas preguntas requieren un esfuerzo interdisciplinario de ideas y consultas entre especialistas de centros académicos de excelencia, con la perspectiva de un debate intergubernamental en un foro neutral como la FAO.
La adopción por consenso de un marco de referencia internacional ayudaría a despejar los nubarrones que se ciernen sobre nuestra seguridad alimentaria y nos permitiría aprovechar, sin exageraciones, las oportunidades de una creciente demanda agrícola. Tanto en los países como en el mundo, «gobernar es prever».
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