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Raimundo Fitero

Guerras

El espíritu olímpico es solamente una receta publicitaria que se usa para que resbalen los fundamentalismos. Lo que se dilucida en el tartán, la piscina, el césped o el parquet es una sublimación de las ambiciones colectivas. Cuando alguien llega primero, derrota a florete o golpea con fuerza al contrincante suena un himno y sube una bandera. Por lo tanto es una representación de la guerra, por mucho espíritu que le quieran insuflar. Mirando con detenimiento las circunstancias, el espíritu es el bálsamo de la derrota, porque en cuanto se gana aparecen los aires imperiales, el canto a la raza, el designio casi de los dioses, o del mismo Dios, el que todos consideran verdadero por su constatable inexistencia.

La cuestión es que una delegación, la georgiana abandona China, sus juegos, precisamente como manifestación diplomática de protesta por una guerra no virtual, no simbólica, la que está sucediendo ahí mismo, a unos metros, en el Cáucaso, una región que hilvanamos con mucha voluntad, pero sin solucionar los problemas reales. Es decir los conflictos aparecen cuando no se solucionan con justicia. Y la justicia no llega con el espíritu olímpico, sino con los pactos, los reconocimientos de los derechos históricos y los mecanismos democráticos. Todo esto dicho anteriormente sirve para Osetia del sur, como para Euskal Herria.

Lo cierto es que hay que mirar la cartografía política para empezar a entender el mundo. En China, no hay un problema con el Tibet solamente, hay otros movimientos que están reclamando la atención, están buscando en el espíritu olímpico y su repercusión mediática el lugar adecuado para ser escuchados, aunque sea a bombazos, que hacen bastante ruido y proporcionan un pequeño espacio en la escaleta de los noticiarios. ¿Se imaginan cuántos millones de chinos musulmanes están agazapados bajo la bandera roja? Lo cierto es que Rusia se ha comportado imperialmente, ante un conflicto que propicia. Y esto no ha hecho nada más que empezar. De cualquier manera sería bueno poder resolver los conflictos en las canchas, pero ni eso dejan. Las selecciones deportivas son cuestiones de Estado, un motivo más de demostrar su fuerza, un principio de autoridad y poder.

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