Iñaki Lekuona Periodista
El fin del campesino
A la OMC se le han quedado romos los dientes de tanto morder. Pero no hay lugar para la euforia, porque si bien la bestia se retiró sin acuerdo de Suiza, lo hizo sin pena, a sabiendas de que tiene todo el tiempo del mundo para afilar sus incisivos antes de volver a la carga para seguir royendo este planeta de recursos cada vez más privados, cada vez más privado de recursos, cada vez más generoso en hambre y en injusticias.
Un artículo de Le Monde rescató hace unos días de la memoria el libro «El fin del campesino», publicado por el sociólogo francés Henri Mendras en 1967 y en el que adivinaba la muerte del sistema agrícola tradicional por la emergencia de la agricultura productivista y sus consecuencias. Uno de los ejemplos que planteaba entonces era la introducción a este lado del Pirineo de una variante nueva de maíz, llamada «americana», mucho más productiva y rentable que la planta cultivada en estos valles. Las premoniciones de Mendras se han ido cumpliendo a lo largo de estos cuarenta años, en los que se ha tendido al monocultivo, a la producción en masa, al agotamiento del agua para el riego de interminables maizales, a la progresiva contaminación de los ríos y de los acuíferos por un uso abusivo de fertilizantes y pesticidas. Cuarenta años en los que se ha consolidado la dependencia de los campesinos para con los productores de semillas, de fertilizantes y de pesticidas, para con los grandes empresas que comercializan el producto y que deciden el precio de cada panocha y su destino.
Y lo que se entiende con el maíz explica a su vez qué se ha pretendido hacer con el mundo rural en todos sus cultivos y en todas sus explotaciones ganaderas, donde el cómo, al ritmo de la música de la OMC, se ha venido conjugando con el más, siempre más, con más piensos, con más maíz, con más proteínas, para que el resultado fuera más rentabilidad, más producción, siempre más.
El grano americano de mi ensalada ha sido cultivado, según la etiqueta de la lata, en los campos de la ribera del Aturri. No lo cultivó un campesino, sino un agricultor, que mañana se transfigurará en rico productor de combustible doblemente contaminante. La lechuga me mira digna; a ella sí la cultivó un campesino. Pobre ilusa. Los dientes de la OMC, afilados de nuevo.