Gontzal Martínez de la Hidalga Komite Internazionalistak
La hipocresía, disciplina olímpica
Hasta en las celdas de Guantánamo, en las reservas indias y en los guetos negros de los Estados Unidos piden más democracia a China
Como cada cuatro años este verano los medios de comunicación nos bombardean con los Juegos Olímpicos. Los venden como ejemplo de superación, deportividad y hermanamiento entre los pueblos. Ya no sé si habrá alguien tan inocente que aún se lo crea. Los Juegos Olímpicos son desde su origen en la antigua Grecia una celebración de la guerra.
En estos días no es diferente: exaltación del patriotismo racista, guerra comercial entre potencias, enriquecimiento exagerado de las multinacionales... De hecho, estas últimas son ahora las auténticas dueñas de los Juegos. Hasta en alguna ocasión han sido las responsables en la sombra de la elección de la sede de éstos, como en el caso de Atlanta y Coca Cola.
Sin ir más lejos, la máxima institución encargada de organizar los Juegos, el Comité Olímpico Internacional, es un ejemplo claro de elitismo corrupto, que además fue presidido durante 21 años por el franquista Juan Antonio Samaranch. De todos es conocido el tema de los sobornos a sus miembros para lograr la elección de la sede.
Aunque a veces es un regalo ver a superdotados y entrenadísimos deportistas compitiendo en sus respectivos deportes, debemos ser conscientes de lo que hay detrás y no perder la perspectiva. En el caso de las Olimpiadas de este año en Beijing el tema estrella ha sido el Tíbet. Un país que sufre actualmente la opresión del Gobierno chino y que hace unas décadas sufría la teocracia de los Lamas, donde la mayoría de la población estaba condenada a la esclavitud en una situación seguramente mucho peor que la de hoy día. De todos modos, es una buena metáfora de la hipocresía occidental. Mientras la población de Osetia del Sur sufre bombardeos masivos o el pueblo palestino sobrevive como puede bajo el apartheid al que es sometido por el Gobierno israelí con apoyo de EEUU y la Unión Europea, «activistas» de las «democracias» occidentales apoyan a los Lamas absolutistas que dicen representar al pueblo del Tíbet.
Incluso el genocida George W. Bush se atreve a dar lecciones de democracia. Conociéndole como le conocemos ya, y siendo conscientes de su pobre cociente intelectual, ya nada puede sorprendernos. Hasta en las celdas de Guantánamo, en las reservas indias y en los guetos negros piden más democracia a China.
En esa guerra por las medallas, cada estado invierte cantidades ingentes de dinero para conseguir subir un poco en el medallero. En vez de dedicar ese dinero a la promoción del deporte como actividad lúdica y saludable, los gobiernos se empeñan en fomentar el deporte de élite. Se crean becas para el entrenamiento de deportistas multimillonarios en detrimento de nuestros barrios, que muchas veces carecen de instalaciones adecuadas para la práctica del deporte.
Además, en los Juegos muchos pueblos tienen vetada su participación: Osetia, Euskal Herria, Kurdistán, Chechenia, Ingushetia, Bretaña, Catalunya y otros muchos no pueden desfilar en la ceremonia de apertura. Y, para colmo, nos toca sufrir el rancio patriotismo de los estados que nos oprimen, sobre todo cuando logran una medalla.
Pero confieso que, a pesar de todo, mientras veo alguna de las pruebas por televisión consigo abstraerme y disfrutar del espectáculo. Por desgracia, debido a todo lo anterior, unos segundos después de apagar el televisor tan sólo puedo experimentar una sensación: asco por todo ese circo hipócrita. ¡Qué lástima!