Se nos van cayendo los palos del sombrajo dejando un reguero de incertidumbre, marcando un camino de vuelta por si acaso al chocar contra la evidencia deseamos intentar una huida imposible. A cada instante nos roban los pocos conatos de inocencia que sobreviven desde los tiempos en que se empeñaron en convencernos de que se había hollado el suelo lunar. Con excesiva celeridad han empezado a desmontarnos las buenas vibraciones que nos dejó la inauguración de los Juegos.

Así, visto en difusión universal nos hemos enterado de que la bella niña que cantaba con un precioso vestido rojo una bella canción, era simplemente una imagen, es decir hacía ver que cantaba, pero la que cantaba era otra niña, regordeta, con una dentadura en formación que crece de manera caótica, es decir que pensaron los que deciden estos asuntos que su voz era preciosa, pero no tenía la cara adecuada para contribuir a la belleza general del acto y de la cuenta de resultados. Salen las dos niñas enfrentadas, es una suerte de antes y después, pero lo importante es que se trata de una imitación, de una alteración del espíritu olímpico, pero que podríamos también considerar que es una simple contribución a la multidisciplinariedad del la inauguración.

Lo mismo que los fuegos artificiales que nosotros presenciamos tan encantados, resulta que eran, verdaderamente artificiales, artificiosos, virtuales, no estallaban en ese momento, o al menos no todos, porque se rellenaban los planos con otros generados por un gran ordenador a base de imágenes realizadas a lo largo de un mes. Se trata de tecnología punta, es decir seguimos en la misma senda de lo multidisciplinar, lo que hace que a partir de ahora no solamente tengamos que analizar la sangre para contar los hematocritos, sino que tendremos que diseccionar cada plano que nos sirvan para ver la intervención de todos los programas de diseño de la última generación que nos pueden confirmar si realmente existe un varón blanco llamado Michael Phelps, o se trata de un personaje virtual de la Nintendo.