El polvorín del Cáucaso
Inestabilidad y auge de la insurgencia en el Cáucaso Norte
La estrategia más reciente de Moscú en Chechenia combina la represión militar con una mayor implicación de las fuerzas locales leales al Kremlin. La escalada bélica en el Cáucaso Sur puede traer aún mayor inestabilidad a una región ya de por sí en constante peligro de explosión. La búsqueda de soluciones negociadas se impone hoy más que nunca.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Mientras la atención internacional y mediática se centra en los enfrentamientos en Osetia del sur, y algunos miran de reojo a la vecina Abjasia, a pocos kilómetros de distancia, en el denominado Cáucaso Norte, los conflictos se suceden y la inestabilidad preside buena parte del quehacer diario de las poblaciones locales.
La complejidad del conjunto del Cáucaso hace que, en ocasiones, las realidades del sur y del norte estén en cierta medida fuertemente conectadas. La presencia de importantes recursos energéticos o las vías para transportarlos, hacen que el impacto de los intereses creados en torno a ellos les afecten de forma directa. La presencia limitada de voluntarios de la «Confederación de Pueblos del Cáucaso» junto a las tropas de Abjasia en 1992-1993 o, en sentido opuesto, algunos militantes del sur combatiendo en Chechenia, son ejemplos de esa relación entre los diferentes pueblos del Cáucaso.
Sin embargo, probablemente, el factor ruso sea el determinante para que no prospere una mayor cooperación entre esos pueblos. En el sur, la presencia rusa sirve de apoyo a las demandas independentistas de osetos y abjasos, mientras que en el norte es el enemigo número uno de las demandas de autodeterminación de Chechenia, Dagestán e Ingushetia, entre otras.
También llama la atención la diferente actitud que mantiene la comunidad internacional ante la realidad del Cáucaso. Mientras que estos días asistimos a una condena generalizada contra la participación militar rusa contra Georgia, ante las luchas y demandas de los pueblos del norte se ha construido un muro de silencio cómplice con la actitud de Moscú.
En los últimos meses, e incluso años, la realidad del Cáucaso Norte nos muestra una sucesión de violentos incidentes que no se tratan de acontecimientos aislados y puntuales, sino, como señala un analista ruso, de «una ola de inestabilidad que ha ido expandiéndose por toda la región en las últimas décadas». Las dos guerras chechenias han sido el principal detonante para el auge de la insurgencia en otras zonas de la región.
La inestabilidad actual también está directamente relacionado con la propia complejidad étnico-nacional, política y socioeconómica que caracteriza a la zona. Y si a ello se le suman otros factores como el papel de la religión en los últimos tiempos, las diferencias clánicas, el pobre desarrollo económico o el rechazo histórico a la actuación rusa, se pone de manifiesto una parte importante del conjunto del puzzle del Cáucaso Norte.
Para los pueblos de la región, la actitud rusa ha estado acompañada de represión militar y conquista, lo que ha generado un sinfín de agravios hacia la población local, que unido a la incapacidad para responder a través de mecanismos pacíficos y democráticos a las demandas de esos pueblos ha derivado en la violenta situación que se vive en la actualidad.
La centralidad del conflicto checheno es uno de los pilares básicos del nuevo contexto en el Cáucaso. Las dos guerras contra las tropas rusas fueron los momentos más importantes en cuanto a la atención de los medios occidentales en las pasadas décadas. No obstante desde hace ya varios años, la realidad de Chechenia ha desaparecido de ellos.
La política de Vladimir Putin es importante para entender el desarrollo de los acontecimientos más recientes. Su carrera política está estrechamente ligada al conflicto checheno. Cuando en agosto de 1999, los rebeldes chechenos ocuparon el distrito de Botlikh, en Dagestán, el entonces primer ministro se acercó hasta un campo militar ruso en la zona para brindar con los militares, y las imágenes de esa acción dieron la vuelta a Rusia, y supusieron la coronación de Putin en el centro de la política rusa.
La estrategia más reciente del Kremlin ha combinado la represión militar con una mayor implicación de las fuerzas locales leales a Moscú, lo que genera, en cierta forma, una división dentro del movimiento independentista y, hasta cierto punto, una «chechenización» del conflicto. A ello hay que unir las sucesivas muertes de dirigentes de la resistencia chechena, sobre todo en el período 2005-2006, lo que en un primer momento supuso una mayor fragmentación de la misma.
Una fuente de división, muy utilizada por los medios occidentales, es el papel de la religión en el conflicto. Desde hace años, dentro de las filas chechenias han existido dos corrientes, una de corte más islamista y otra de tendencia nacionalista. El papel de la religión en la zona siempre ha estado ligado a su propia estructura social, pero las corrientes islamistas más radicalizadas no han tenido mucho peso.
El desarrollo de los acontecimientos en el ámbito internacional (Afganistán, Al Qaeda...) ha supuesto que en algunos grupos locales emerjan esas tendencias, lo que para muchos resistentes locales es un contratiempo.
Recientemente, algunos líderes chechenos han hecho un llamamiento para formar un «Emirato» en el Cáucaso, lo que rechazan otros rebeldes que ven en esa idea una oportunidad de Moscú para acabar con las demandas independentistas, englobadas en una hoja de ruta que contempla un referéndum, el ejercicio del derecho de autodeterminación y la posterior independencia.
A día de hoy, y según datos aportados por refugiados chechenos, los militares rusos han sido incapaces de acabar con la resistencia, y ésta, a pesar de las diferencias internas, sigue ocasionando importantes pérdidas en las filas rusas y en las de sus colaboradores locales, quienes podrían estar recibiendo el mayor castigo de los últimos meses. Las fuerzas leales al colaborador local, Kadyrov, evidencian el fracaso de la «chechenización» del conflicto, al tiempo que se suceden los enfrentamientos entre los colaboracionistas locales (las disputas entre Kadyrov y Sulim Yamadaev), para regocijo de la resistencia y preocupación de Rusia.
El incremento de los ataques de la resistencia, la frágil estabilidad de Kadyrov y el descenso de los secuestros (fracaso de la política rusa, ya que la mayor parte de los mismos eran detenciones y desapariciones) han dejado en evidencia el error cometido por todos aquellos que declararon prematura y precipitadamente el final del movimiento independentista en Chechenia.
Pero en estos momentos el lugar que más preocupa a Moscú es Ingushetia, donde se ha formado un peligroso cóctel para los intereses de Rusia. Algunos analistas locales aseguran que la situación actual en esta zona se asemeja a los momentos más violentos de Chechenia o Dagestán. Los problemas económicos, la corrupción, el desempleo, las continuas violaciones de los derechos humanos y el auge de las acciones rebeldes sitúan a Ingushetia en una encrucijada.
En las últimos meses el nivel de los ataques está alcanzando tal intensidad que las tropas locales y rusas están pasando a una fase defensiva, dejando de lado cualquier acción ofensiva, lo que algunos interpretan como la antesala de un desastre para Moscú, ya que si no se producen cambios radicales a corto plazo «la República puede acabar convirtiéndose en la materialización de la primera provincia del Emirato Caucásico».
A diferencia de otras zonas, los rebeldes de Ingushetia controlan desde 2006 importantes partes de la misma, aplicando sus leyes y castigando a los símbolos de la corrupción local, lo que «aumenta la autoridad rebelde entre la población y desacredita aún más a las instituciones locales».
En otras zonas del Cáucaso Norte, como Dagestán, la resistencia también se está recuperando de los reveses sufridos a finales de 1999, y ello vendría a demostrar, como señala un analista ruso, «la ineficacia de una respuesta militar para acabar con la ideología de un oponente». De momento, en torno a la resistencia, de marcado carácter islamista, se ha articulado la coordinación de los diferentes grupos, y la llamada «Jamaat Shariat», estaría recibiendo en sus filas a decenas de jóvenes cansados de la brutalidad policial y de la represión rusa, así como de las actividades de «grupos criminales», y de la impunidad y arbitrariedad de todos ellos. Esta situación estaría llevando a muchos jóvenes a «empuñar las armas y unirse a la resistencia».
Algo similar está pasando en Karachaevo-Cherkessia, donde las fuentes oficiales han anunciado la eliminación total de los movimientos rebeldes, pero los acontecimientos, muchas veces silenciados, demuestran lo contrario. Desde la zona montañosa de Karachaevo, la influencia de los grupos autodenominados «jammat» ha ido aumentado y extendiéndose.
La escalada bélica en el sur del Cáucaso puede traer aún mayor inestabilidad a una región ya de por sí en constante peligro de explosión. La búsqueda de soluciones negociadas se impone hoy más que nunca, ya que ala vista está que la utilización de la fuerza militar como vía de resolución de conflictos ha fracasado, y lo único que conlleva es mayor sufrimiento y destrucción, tanto a medio como a largo plazo.