CRÓNICA Desde la capital de Georgia
La población georgiana guarda un tenso silencio
Las campanas de la iglesia rusa de San Alexandr Nievski, que se esconde entre los decrépitos edificios de la habitualmente concurrida calle de Marjanishvili, dan las horas. Tbilissi está asediada por un silencio poco habitual, incluso para ser agosto, mes que muchos aprovechan para huir del calor de la capital.
Ricard ALTÉS
Los pocos ciudadanos que se pasean por sus calles bajo un calor húmedo y sofocante de 34 ºC no pueden esconder su rostro de incertidumbre, todo el mundo continúa con sus quehaceres habituales, pero con el deseo de que toda esta pesadilla termine de una vez. La presión que supone para la población el supuesto ataque ruso a la capital, apostado en Kaspi, a tan sólo 35 km, desata un silencio impropio de su carácter expansivo y cordial. De vez en cuando se oyen los motores de los aviones rusos que sobrevuelan la capital, una muestra de la tensión a la que se pretende someter a los ciudadanos. Se rumorea sobre un posible ataque en las próximas horas, a pesar de que el presidente ruso firmó el acuerdo de paz de la Unión Europea. Pero nadie aquí confía en la palabra dada por los rusos. Según Irina, «son como depredadores, el 58 ejército ruso es el mismo ejército responsable de las atrocidades que tuvieron lugar en Chechenia. Todos esos soldados son huérfanos a los que los rusos educaron en colonias en las que tan sólo han conocido la crueldad, nadie les ofreció palabras de consuelo cuando eran niños, los educaron como máquinas de matar y su único propósito es saquear nuestras aldeas». La joven arquitecta afirma que «no aceptaremos que nadie nos diga qué camino debemos seguir. El pueblo georgiano es soberano para tomar sus propias decisiones. La juventud está al lado de su país», añade.
Rusia no quiere dar su brazo a torcer. El error táctico de Saajashvili ha propiciado que el gran oso pueda por fin, después de años de provocaciones, acusaciones mutuas y pequeños escarceos que se limitaban a la zona fronteriza de ambos territorios, lanzar un ataque a gran escala sobre su vecino que ha osado flirtear con el siempre enemigo estadounidense. La opinión de la gente en las calles de Tbilisi es que «ya llegará el día en que los georgianos juzgarán las acciones del presidente, pero ahora debemos mantenernos unidos». Incluso la hasta ahora oposición al presidente Saajashvili se mantiene expectante y también lanza gritos de unión del pueblo georgiano.
A pesar de todo, la población de Tbilisi mantiene cierta esperanza y manifiesta no sentirse sola en esta crisis, sobre todo después de la participación de los presidentes de Polonia, Ucrania, Lituania y Estonia en el míting celebrado hace una semana enfrente del edificio del Parlamento georgiano, en la avenida Rustaveli, que se vio inundada de banderas rojiblancas con la característica cruz de Bolnisi. Por todos lados se puede captar el exacerbado nacionalismo georgiano y la idea de que Georgia es un territorio indivisible, en el que las dos minorías más importantes, osetios y abjasos, son tan sólo unos invitados a su mesa.
Una crisis anunciada
Otros comentan que nadie dudaba de que ambos países llegarían hasta este punto. Hacía demasiado tiempo, ya en agosto del 2007, que se podían observar movimientos de tropas y material militar por las carreteras georgianas, y curiosamente los rusos movilizaron todo un ejército de tanques en tan sólo 24 horas. Guivi, un joven que estuvo en el aeropuerto días antes de que empezará el conflicto, comenta que en Novo Alexeyevka «se veían hombres robustos de pelo corto que hablaban con un marcado acento americano», en clara alusión a la ayuda que la Administración Bush ha proporcionado al presidente georgiano en los últimos años.
Siempre la población civil
Como en todos los conflictos, la peor parte se la lleva la población civil. En el caso de los georgianos, después del ataque y la retirada de las tropas georgianas en Osetia del Sur y el avance de las fuerzas rusas, la población que huía de la zona del conflicto fue fluyendo a Tbilisi en coches particulares. Las cifras aún no son exactas, se habla de más de 70.000 refugiados georgianos, los cuales acuden al número 67 de la avenida de Tsereteli donde se está llevando a cabo el registro de todos los desplazados para poder reunir a las familias dispersas por la ciudad. El Gobierno hizo un llamamiento para ayudar a los miles de desplazados georgianos y se han habilitado guarderías, escuelas y centros de estudios superiores para acoger de forma temporal al alud de refugiados. Marina Tsintsitse, directora de la escuela 207, organiza y supervisla situación de los 110 refugiados que se hallan en estos momentos en su escuela. En medio de las obras aún por terminar del edificio de la escuela, se mezclan cajas de productos alimentarios que la Cruz Roja y otras organizaciones, codo a codo con un ejército de voluntarios, están repartiendo a diario por todas las escuelas. Marina comenta que «tan pronto como llegaron los primeros refugiados, los vecinos de los edificios que rodean la escuela se acercaron para preguntar qué necesitaban, y trajeron cazos, sartenes, comida, colchones y todo lo necesario para poder alojar a tanta gente». El contingente de desplazados iba creciendo día a día y Marina dispuso distintos espacios para las familias. «Cada espacio funciona de forma autónoma, disponen de un aula que sirve de dormitorio, otra aula que usan como sala de estar y comedor, tienen su propio baño y una pequeña cocina de gas, así hasta cinco espacios igualesÇ. Larisa Rcheulishvili, de 62 años, georgiana natural del pueblo de Kveshi, a 18 km de Gori, comenta su huída de la zona del conflicto y llegada a la escuela: «Tan pronto como estalló la guerra, salimos huyendo del pueblo, primero en dirección a Gori y después hacia Tbilisi, donde se comentaba que teníamos que dirigirnos a alguna escuela para que nos acogieran... Nosotros vivíamos pacíficamente con nuestros vecinos osetios, a pocos metros de Kveshi se halla Kvemo Artsevi, un pueblo osetio. No teníamos ningún problema con nuestros vecinos hasta que llegaron los rusos».
Por otro lado, otros muchos desplazados georgianos están siendo acogidos por familiares que viven en Tbilisi. En la calle, camino del número 67 de la avenida Tsereteli, Cristina Kakhiashvili, de 58 años, comenta que huyó de Gori hacia la pequena población de Ateni, pero como no había suficiente comida para las 8 personas de su familia, tuvo que refugiarse en casa de unos familiares de la capital. «Llevamos 3 días sin recibir ayuda, mi nieta de seis meses no tiene nada para comer y está todo el día llorando». En el teléfono de apoyo a los refugiados le han comunicado que tengan paciencia, que están haciendo grandes esfuerzos para repartir la comida y para que llegue al máximo número de personas. Marina, la directora de la escuela 207, afirma que no sólo debe procurar el abastecimiento de los refugiados a su cargo, sino también de los que se acerquen para pedir comida y que se hayan registrado.
Desde media tarde del domingo, después de que los rusos anunciaran la retirada paulatina de las tropas de sus acuartelamientos en Kaspi, Gori y Zugdidi, Tbilisi respira más tranquila. Las zonas más turísticas, como la calle Sharden, empiezan a desperezarse y algunos extranjeros, en su mayoría periodistas, se mezclan ya con la población local. La pesadilla empieza a desvanecerse. O eso es lo que espera la población de Georgia.
Asciende a 160.000 la cifra de personas desplazadas por el conflicto. La ACNUR informó de 98.600 desplazados georgianos, la mayoría a la capital. A ellos hay que sumar otros 30.000 desplazados osetos y otros 30.000 osetos refugiados en Rusia.
El presidente suroseto, Eduard Kokoity, destituyó el domingo al Gobierno por su tardanza en distribuir ayuda humanitaria entre la población. Paralelamente, creó una comisión especial para mitigar las consecuencias de la crisis.