Mikel Arizaleta traductor
Lilí Marleen
Mikel Arizaleta en su artículo hace un repaso de la ignominia que supone la pervivencia de la tortura en el Estado español. Una ignominia que sustentan todos los poderes de ese Estado, desde el ejecutivo hasta el denominado «cuarto poder», los medios de comunicación. Señalando uno a uno a los responsables y tomando retazos de testimonios y casos concretos, Arizaleta concluye que «hacer frente a un Gobierno criminal, que farda de coartar y vilipendiar los derechos elementales de los ciudadanos insumisos y rebeldes, no sólo es una necesidad y un deber sino, además, signo de dignidad».
Aunque el soldado alemán Hans Leip compuso en 1915 esta poesía a su novia Lilí, en la que narraba cómo se despedían ambos bajo una farola sita delante del portalón del cuartel, parece que el Marleen, que añadió a Lilí, hacía referencia o a la novia de otro amigo o, quién sabe, si a una enfermera joven a la que pudo conocer en su puesto de centinela.
Lo cierto es que el poema de Lilí Marleen de Hans Leip se titulaba «Das Lied eines jungen Soldaten auf der Wacht» (La canción de un joven soldado de guardia) y fue Norbert Schulze, el cual la musicó en 1937, quien la apellidó «Das Mädchen unter der Laterne» (La chica bajo la farola): «Vor der Kaserne,/ vor dem grossen Tor/ stand eine Laterne/ und steht sie noch davor...».
Se cantó a ambos lados de la trinchera de la II Guerra Mundial, haciéndose famosa con el tiempo y versionada en distintos idiomas hasta convertirse en la canción de guerra más popular conocida hasta hoy. Lale Andersen, Vera Lynn, Marlene Dietrich, Willy Fritsch, Anne Shelton, Lycky Mannheim... son algunos de sus más famosos intérpretes.
Pero hay otra canción, también muy extendida por los siglos y entre las gentes, que es la canción del verano y el otoño de muchos años, mezcla de gritos y susurros, de sangre, lágrimas y excremento, es la canción de la tortura, ¡tan española y tan presente! Muy versionada en el mundo por gobernantes y esbirros. Termómetro de degradación humana y de gobiernos de indignidad. Puesta en práctica por el poder y la autoridad contra el rebelde. ¿Y los jueces? Son ministros de Interior y de Guerra o, dicho de otro modo, la justicia española es un policía enmascarado o un militar invasor en un país del mundo.
Porque España sigue siendo un país colonial, pura cloaca, con rey, jueces, políticos y Policía de dictadura. Donde al inmigrante se le trata como delincuente y al rebelde e insumiso se le criminaliza. Donde el Gobierno tiene la osadía de decir abiertamente que sobre su tortura «ni hay pruebas ni las habrá», porque el hoy juez mañana es ministro de Tortura e indultador de torturadores.
Aquí al torturador se le asciende con palmada en la espalda como vasallo leal y los jueces archivan el caso. Su indagación-colaboración consiste en preguntar al torturador educada y finamente si tortura.
En España los jueces son, a menudo, muy corteses con los torturadores y muy agrios y chulescos con los torturados. Donde una jueza es vicepresidenta y un juez es portavoz de un Gobierno criminal. Por ejemplo, como dice el libro negro «Informe 2008 de Amnistía Internacional», la Policía española entre el 2002 y 2005 participó en los interrogatorios en el campo de concentración de Guantánamo, y el Gobierno negó que más de 50 vuelos, fletados por la CIA estadounidense con origen o destino en Guantánamo, hicieron escala en territorio español entre 2002 y 2007. Un Gobierno que incomunica a los detenidos y los tortura sistemáticamente con la colaboración de los jueces, algunos medios de comunicación y con el silencio de casi todos los partidos políticos.
Cuenta GARA en su edición del 28 de julio que «los diez vascos y vascas, arrestadas la semana pasada por la Guardia Civil han denunciado ante Baltasar Garzón haber sido víctimas de torturas y malos tratos en los días en que han permanecido incomunicados». Baltasar Garzón es un juez colaborador, que silba ante los torturados de aquí y para borrar su mala imagen trata de hacer algo en países lejanos.
Hay que decirlo abiertamente: tenemos un Gobierno y unas instituciones que amparan el crimen. Y esto es grave. ETA y algunos partidos y movimientos populares críticos y rebeldes con España y el capitalismo han puesto en claro que España, en materia de derechos humanos, se mueve en la órbita de la Edad Media, de la banda de los torturadores del mundo o, con otras palabras, se constata una vez más que en España el fascio no ha sido derrotado: revístase de socialismo, democracia cristiana o de sucesores de Franco. La basura va reptando por las instituciones.
Da miedo y produce espanto escuchar los relatos de las gentes que han sufrido en las mazmorras los interrogatorios de este Gobierno y sus aparatos e instituciones, ver sus caras y su ánimo, sentir su humillación en sus ojos y en su voz. No cuesta mucho ver en ellos al Giordano Bruno ultrajado y violado del 1600, por cierto, tortura llevada a cabo también hoy, como entonces, con la bendición de la Conferencia Episcopal Española, eso sí, ésta muy crítica en temas de pito y jodienda. ¡Cuántos en estos años de «democracia» no se han visto en Euskal Herria protagonistas de los Caprichos de Goya, de sus grabados de terror y espanto! -la expresión es de Eva Forest-. Sencillamente hay numerosos relatos que estremecen sólo el oírlos.
Cuenta Manuel F. Trillo en su excelente artículo «Zapatero y la tortura en España» que «la tortura es gratis en España, lo es en todos los países, y en todos los tiempos, pero en España, en la linda España zapaterista, la tortura y los torturadores lo tienen aún mejor». Un Gobierno que busca convertir al personal en súbdito y no en ciudadano, que coarta al ciudadano crítico, insumiso y disidente en sus derechos mediante el miedo y el pavor. Su divisa y grito de guerra es la sumisión, el nuestro debe ser el ya expresado por Immanuel Kant: ¡Sapere aude! ¡Atrévete a pensar!
El 8 de febrero de 1600, apenas Giulio Materenzii leyó en voz alta la acusación y la sentencia contra Giordano Bruno, parece ser que aquel «hereje» incorregible -según refiere el conde de Ventimiglia, uno de sus discípulos- no pudo aguantar más y pronunció las famosas palabras, que constituyen un legado para cuantos, por amor a la verdad, superan su miedo a una autoridad al parecer infaliblemente divina: «Maiori forsan cum timore/ sententiam in me fertis,/ quam ego accipiam» (Tal vez dictáis contra mí/ una sentencia con mayor temor/ del que tengo yo al recibirla).
Cuenta Eva Forest en «Una extraña aventura», que «cuando llegamos a la cárcel mi compañero se cagó. Después de haber sido torturado de todas las formas posibles, machacada la cabeza con una barra de hierro en el momento de su detención, de perder dientes y pasar por las peores vejaciones, al entrar le mandaron que se pusiera en cueros para el cacheo. Que se doblara hacia adelante para dejar bien visible el ano. Y cuando el funcionario tenía su ojo cerca del ojo del culo, presto ya a introducir el dedo, se cagó. Él dice que fue como un acto de liberación, la única posible en aquella precaria situación en que nos encontrábamos, una mínima respuesta» (página 131).
Rebelarse y hacer frente a un Gobierno criminal, que farda de coartar y vilipendiar los derechos elementales de los ciudadanos insumisos y rebeldes, no sólo es una necesidad y un deber sino, además, signo de dignidad tanto en la época de Giordano Bruno como en nuestros días.