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Maite SOROA | msoroa@gara.net

¡Hay que instaurar un premio Nobel!

Aunque parezca mentira, la estulticia también comprende categorías. Mora entre nosotros algún aspirante al premio Nobel de la memez. Si no existe, habrá que negociarlo con la Fundación Alfred Nobel y homologar el título.

Ayer Iñaki Ezkerra, en «La Razón», confesaba que «cada vez que estoy en algún hotel al que me he ido unos días a relajar y oigo a una señora llamarle Aitor o Kepa o Garikoitz a uno de sus niños mi reacción es salir huyendo». Ya empieza a hacer méritos. Y, además, lo teoriza: «Uno durante el verano busca olvidarse de quién es o, mejor dicho, busca olvidarse de los que no le dejan ser uno. Busca, en fin, otros paisajes, otras caras, (...) trata de bañarse no sólo por fuera sino también por dentro, de olvidarse de que existen, por ejemplo, Ibarretxe y el referéndun de Ibarretxe y la Euskadi de Ibarretxe y toda esa peña de madres que van ejerciendo de vascas por las calles de mi tierra y clavándote en el tímpano las punzantes sílabas de Aitor y Nekane y Chorrane y Patane con una extraordinaria falta de naturalidad que no es ya que me despierte aversión sino que me produce una pereza enorme». Va conseguir el doctorado en memez cum laude.

El tío se aplica más aún: «Lo peor es cuando esas madres intentan hilar dos palabras en un euskera más impostado, más falso que la mala moneda. Lo peor es cuando el Aitor va adobado con un inconexo `kaixo, etorri hon' (sic) para perfeccionar la tortura estética. Y ya cuando uno lo escucha fuera de contexto, o sea en una cala de Menorca -pongo por caso- el efecto es sencillamente demoledor». Si una alemana le llama Gunter a su crío no pasa nada, pero si una vasca le llama Aitor...

Para desbancar a posibles competidores, se pone en plan Ussía. Lean: «La madre puede llevar uno de esos flequillos teñidos de henna y cortados en pico como con hacha que se consideran una seña de identidad en mi pueblo. Yo es que no sé qué negocio tiene ETA con la henna, pero es obvio que ese producto se vende al por mayor en las `borriko tabernas'». Y la perla del escrito: «En cuanto alguien me dice en el comedor de un hotel o un parador eso de `pues aquí tenemos un cocinero vasco', me tomo la observación como una advertencia y me paso mi estancia en ese lugar esquivando al cocinero». Me voy a cortar el flequillo y darme henna, ¡hala!

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