La Fotografía conmemora hoy el centenario de Cartier-Bresson, el hombre del «instante decisivo»
Un día como hoy de hace cien años nació Henri Cartier-Bresson, uno de los fundadores de Magnum. Conocer su obra es conocer una parte fundamental de la historia gráfica del siglo XX.Belén PALANCO | PARÍS
Educar la mirada a través del estudio de la obra de Henri Cartier-Bresson (1908-2004) se ha convertido en un ejercicio indiscutible para todo fotógrafo en una sociedad que se globaliza a marchas forzadas, en parte gracias al protagonismo de la imagen en la era digital y de masas.
Referirse a Cartier-Bresson es hacer una pausa en su concepto del «instante decisivo», con el que definió el momento exacto en el que se toma la foto, es decir, cuando «se alinean la cabeza, el ojo y el corazón» para conseguir la instantánea, esa que no sería igual una milésima de segundo antes o después del «clic».
Esta tesis, que tituló uno de sus libros («El momento decisivo», 1952), se topa con el marasmo actual, en el que, según algunos teóricos, ese instante mágico ha muerto.
La proliferación de la imagen digital es imparable, y más dentro del fotoperiodismo que impulsó Cartier-Bresson, debido a la gran democratización de la principal herramienta: la cámara.
Esto ha hecho que el momento decisivo cada vez sea más irrelevante, aunque les pese a lospuristas, ya que lo digital ha desactivado (en parte) la cautela y la concentración del acto de fotografiar.
La influencia de la edición, ya de por sí básica en la historia del fotoperiodismo y, en general, de la fotografía, es cada vez mayor. La aceleración de los procesos de transmisión vía internet hace que la selección de la imagen recaiga, de forma imparable, más en el editor que en el propio fotógrafo. Así, el «instante decisivo» ha pasado a ser editado de un vídeo o de la ráfaga de imágenes que toman los fotógrafos, que trabajan con la prácticamente ilimitada capacidad que les proporcionan los sistemas digitales.
Por otro lado, desde que la foto se ha incorporado al mercado del arte, el instante decisivo ha perdido peso, porque, para algunos artistas, el uso de la foto tiene como finalidad registrar una instalación o una performance, o se hibrida con otras disciplinas, como la pintura. De esta manera, congelar un momento decisivo se ha devaluado.
Si Cartier-Bresson levantase la cabeza, quizá tendría que ver también cómo los tribunales ponían trabas a su trabajo. Por ejemplo, sus retratos de personas anónimas no pueden ser captados ya en Occidente, salvo con permiso previo del retratado. Ello ha llevado a que parte de la fotografía documental que él abanderó sólo sea posible en el Tercer Mundo.
A esto se suma la muerte lenta y silenciosa del proceso fotográfico de la argéntea con el que Cartier-Bresson, entre otros, consiguió unas tramas de grises en sus instantáneas que hasta la fecha tan sólo puede llegar a soñar el proceso digital.
Por todo ello, conviene recordar a Henri Cartier-Bresson, en aras de la calidad del acto fotográfico en una sociedad que hipervalora la imagen pero que, a la vez, juega al «todo vale».