El violonchelista Jean-Guihen Queyras realizó una pequeña proeza la noche del lunes, al tocar, en una sesión de algo más de dos horas de duración, hasta ocho de las piezas más importantes compuestas para el instrumento en los últimos setenta años, de estéticas radicalmente diferentes entre sí, pero todas ellas de una extrema dificultad y exigencia intelectual.

Queyras es un magnífico violonchelista y está muy familiarizado con el repertorio contemporáneo, pero, a pesar de su versatilidad, es inevitable que, frente a un reto semejante, tuviera sus altibajos. Durante su recital hubo momentos sublimes, de una intensa espiritualidad, como en las «Trois strophes sur le nom de Sacher», de Dutilleux, interpretadas con un preciosismo y, al mismo tiempo, con una fuerza cautivadoras. O con su intensa versión de la «Suite nº 1» de Britten, de formidable dificultad en partes como el «Bordone», con la que demostró por qué es considerado la referencia actual en este ciclo de suites del compositor inglés, una de las cumbres de la literatura para chelo del siglo XX. También las piezas de Stroppa, Crumb y Berio rayaron a una gran altura. No obstante, las de Ligeti y Lachenmann no parecieron estar interiorizadas del todo. El primero, en el aspecto técnico, con unos pasajes virtuosos en los que la articulación de las frases se diluía un poco, y, en el caso de la obra «Pressión», de Lachenmann, porque su profunda emotividad apenas afloró tras los intentos de Jean-Guihen Queyras de ser perfecto en la ejecución de su particular mundo sonoro.

En cualquier caso, fue un recital absolutamente sobresaliente y, además, muy pedagógico, ya que el francés instruyó a los presentes con numerosos comentarios explicativos de las obras que interpretó. Lo único que empañó la velada fueron los timbales de la Sinfónica de Galicia, que actuaba en la sala grande del Victoria Eugenia y a la que, por momentos, se le podía escuchar claramente desde la Sala Club. ¡Vaya reforma!