CRíTICA cine
«Hace mucho que te quiero»
Mikel INSAUSTI
El convincente debut del novelista Philippe Claudel en el cine ratifica que por encima de todo está el oficio de narrador, y que da igual escribir una historia o filmarla, porque lo importante es saber contarla. Para contar «Hace mucho que te quiero» no le bastaba con las palabras, necesitaba de las imágenes, y de ahí que prefiriera convertirla en una película, en lugar de intentar plasmarla en un libro de forma excesivamente retórica y literaria.
Hay sentimientos que no se pueden transmitir sin la ayuda de un rostro, máxime si esa cara que dice tanto es la de Kristin Scott Thomas. Nada más arrancar el relato ya vemos un primer plano suyo, que nos aclara mucho del personaje. Su expresividad marchita se conjuga con una mirada perdida, como si estuviera ausente, y al no estar maquillada se le notan unas pronunciadas ojeras. No hace falta información alguna, ni voz en off ni subtexto, para comprender que se trata de alguien que ha sufrido mucho y que se autoexcluye o aísla del resto.
Claudel es un consumado narrador que se toma su tiempo, que deja que la historia que cuenta vaya fluyendo por sí misma, sin forzarla en ningún momento, pese a que los temas vitales que aborda son de los que se prestan a un tratamiento melodramático. Habla de la desintegración de la familia, de la reinserción de los presos, de las adopciones en el tercer mundo, del parricidio o de la eutanasia sin ningún énfasis o altisonancia. Lo hace desde la cotidianidad y a través del proceso natural del conocimiento entre las personas, con los prejuicios y las dudas que siempre hay que ir venciendo para poder establecer una relación honesta.
Para llegar a saber de los otros, más allá del trato superficial, hace falta paciencia, como la debe tener el espectador para que los secretos que encierra «Hace mucho que te quiero» le sean desvelados. Al igual que sucedía en la reciente «Dejad de quererme» existe un suspense emocional, porque para comprender mejor a la protagonista y sus actos pasados será necesario descubrir las motivaciones ocultas de su proceder. La espera hasta el desenlace, con sus trascendentales revelaciones, se puede hacer larga, pero merece la pena aguantar la atención con tal de salir del cine gratamente recompensado. Lo que queda en medio, antes de entender definitivamente el porqué del mutismo de esta mujer que parece resignada a su suerte, son una serie de silencios que conviene saber interpretar en su justa y medida graduación.
Cuando dan una de esas terribles noticias en los medios de comunicación sobre una madre que abandona a su hijo o lo mata, la sensación del receptor es de impotencia, puesto que los datos fríos nunca ayudan al esclarecimiento de lo ocurrido. Las declaraciones de los vecinos o amigos tampoco suelen servir para hacerse una composición de los hechos. Y, desde luego, la persona que ha cometido la incomprensible acción es la que menos luz va a arrojar, por el aturdimiento que rodea a quien se sabe observado y juzgado. En el caso representado por Kristin Scott Thomas con ejemplar sobriedad de gestos y diálogos, los años de cárcel no han hecho sino acentuar su retraimiento. El cariño y la receptividad de su hermana resultarán claves para que esta mujer exteriorice el dolor que lleva dentro, así como la cercanía de una amigo de la familia, un profesor que, como el propio Caludel, ha dado clases a presos y conecta mejor con el tipo de experiencia por el que ha pasado la ex reclusa.
Título original: `Il y a longtemps que je t'aime'.
Dcc y guión: Philippe Claudel. Prduc: Yves Marmion. Intérpretes: Kristin Scott Thomas, Elsa Zylberstein, Serge Hazanavicius... Música: Jean-Louis Aubert. Género: Drama familiar. Est. francés. 115 min.