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¡Pedazo de besugos!

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Para ustedes existe, de una parte, el escenario, que está elevado, y de otra, la sala. En su opinión, éstos son dos mundos diferentes. Pero esa concepción hay que destruirla. Ustedes no asisten a una obra de teatro. Ustedes no son meros receptores. Ustedes están en el centro mismo de la acción. Ustedes son el fuego mismo. Ustedes no están ya en la postura cómoda del espectador en la oscuridad. Nosotros tampoco estamos en la postura incómoda del actor cegado por las luces que se enfrenta al negro abismo. Lo que les molesta es que se les mire y se les hable cuando ustedes venían dispuestos a espiarnos desde la oscuridad, bien hundidos en sus butacas. Vosotros sois el objeto de nuestros insultos. Y nos vais a oír: ¡Pedazo de besugos!». Desde que unos actores y actrices se encararon con el público y les cantaron las cuarenta antes de ponerles pingando con todo tipo de improperios e insultos, el público, poco a poco, ha vuelto a ocupar su necesario lugar central dentro de este arte colectivo que es el teatro.

Hay quien afirma que el actor es la piedra angular del teatro. Otros que el director. En esa furiosa diatriba que es «Insultos al público», hace ya cuarenta y dos años, Peter Handke coloca al espectador en el centro. Para que exista otro teatro ha de existir otro espectador. Si alguien se atreviera a poner en escena hoy la obra de Handke -¡tan vigente como antaño!- probablemente debiera hacerlo con la rabia del punk y la chulería del hip-hop.

El tercer estado, la chusma, el populacho, el proletariado, el pueblo, las masas, la multitud, los consumidores, el público... Se le llame como se le llame, este difuso Sujeto Histórico -casi siempre Sujeto Paciente- ha sido, y aún lo es, objeto de las sesudas reflexiones de los pensadores de lo social. El público. Este término está hoy determinado por la realidad consumista y espectacular que el capitalismo ha impuesto en la cultura y el arte. El público: el usuario: el consumidor. Pero no podemos olvidar que público no es sino lo contrario de privado.

El ya fallecido dramaturgo José María Rodríguez Méndez osó afirmar que la culpa de que el teatro sea hoy tan cobarde la tiene el público: «Hoy tenemos el peor público de la historia«, afirmó tajante y tonante. Él y otros muchos han denunciado que se confunda la participación del público con moverle de un lado para otro, mancharle y atemorizarle. El teatro del shock, el que se olvida con la facilidad con que excita.

La semana que viene se estrena el nuevo espectáculo del creador escénico catalán Roger Bernat, el que fuera alma mater de la brillante y audaz compañía experimental General Eléctrica. «Dominio público» gira en torno a la figura del público: «Prescinde del actor como elemento central dejando al público como único participante. Aunque no se trata de convertir al espectador en actor, sino de atender a las necesidades narrativas del grupo», explica Bernat. Esta propuesta es la primera parte de una trilogía sobre el público. Madrid, Barcelona, Berlín, Bruselas, Budapest, Zagreb... Esperemos que el espectáculo recale también en Euskal Herria. Público versus privado, el teatro tiende necesarios puentes entre universos individuales y colectivos.

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