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«Haizea dator, gure adatsak nahasi, eta badoa...»

Resulta difícil superar lo escrito por Joseba Sarrionandia en «Gartzelako poemak». El tiempo pasa, casi sin que nos cercioremos de ello. La vida nos roza para alejarse sin compasión alguna. Tal vez, cuando nos hayamos dado cuenta ya estemos de vuelta. El cine, cuando consigue emocionarnos, nos ofrece una y mil posibilidades para seguir viajando. Y en esa búsqueda estamos los cinéfilos

Iratxe FRESNEDA

Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Así es. Resulta difícil superar lo escrito por Joseba Sarrionaindia en «Gartzelako poemak». El tiempo pasa, casi sin que nos cercioremos de ello. La vida nos roza para alejarse sin compasión alguna. Tal vez, cuando nos hayamos dado cuenta ya estemos de vuelta. Pero esta bien. Regresamos con la melena revuelta y con ganas de escribir, de diseccionar películas, de vivir vidas ajenas y paisajes soñados, de descubrir nuevos personajes y de recuperar recuerdos. Todo eso y más. El cine, cuando consigue emocionarnos, nos ofrece una y mil posibilidades para seguir viajando. Y en esa búsqueda estamos los cinéfilos, rastreando entre viejas bobinas de celuloide, buscando en cinematecas y fiándonos, a veces recelosos, de las visiones sesgadas de los críticos.

Y la af(l)icción nos lleva hasta las filmotecas y los festivales. Algunos van quemando etapas como el de Venecia y otros, como el de Donostia, están ansiosos por soltar amarras.

Otra vez los fan, los fotógrafos, la alfombra roja, las ojeras, y un año mas pasearan por la ciudad costera veteranos festivaleros como Kim Ki-duk ( «Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera») o Michael Winterbotton («In this world»). Hoy mismo se descubrirán algunos secretos bien guardados, esos que la organización del festival atesora y va mostrando poco a poco para generar expectación. Particularmente, este año, entre todas las bobinas del celuloide me gustaría desempolvar la del maestro Seijun Suzuki. Un «venerable» anciano japonés capaz de emocionar con sus surrealistas cintas habitadas por yakuzas y mujeres fatales, detectives leprosos, colores imposibles y emocionantes finales. Y sí, es un tipo raro, de esos que abundan en el mundo del cine, tan raro que, cuando en una ocasión le preguntaron por el sexo, respondió con sorna que «además de no gustarle, le parecía un autentico fastidio». Pues sí, es algo rarito, pero de esos que no ejercen de, simplemente lo son sin remedio. Él es tan sólo parte del banquete, un banquete de cine negro japonés, en el que maestros reconocidos por estos lares como Kitano, Kurosawa u Oshima sirven de anzuelo para entrar en un universo cinematográfico apasionante y desconocido. Pocas cosas son necesarias para crear una historia; como dijo alguien una vez, a veces el esquema se reduce a una chica/o y un arma. A veces lo simple es bello. Eso mismo esperamos del Festival de Cine de Donostia en su edición numero 56.

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