En principio el título de la película iba a ser «Viaje al centro de la tierra 3D», pero ese añadido final se ha perdido por el camino. La razón es que todavía no hay suficientes salas de cine en el mundo para proyectar en relieve, salvo los complejos IMAX, en nuestro caso el de Barakaldo. El mercado norteamericano es la piedra de toque para la proliferación de salas en 3D, y los responsables de esta nueva adaptación de la novela de Jules Verne esperan que de cara a su continuación, que se apunta a la búsqueda de la Atlántida, ya dispongan de un circuito de pantallas tridimensionales. En este preciso momento, el problema es que no tiene sentido ver «Viaje al centro de la tierra» en una sala convencional, sin las gafas especiales, porque todos y cada uno de los efectos visuales de la película han sido rodados en función de la sensación de relieve. Vista en condiciones normales pierde por completo la espectacularidad y no resulta tan entretenida.

Si bien es de admitir que los responsables de esta moderna versión del clásico de Verne solamente pretenden hacer pasar un buen rato al público infantil, sus imágenes nunca podrán alcanzar el encanto kitsch de la que realizó a finales de los años 50 Henry Levin, con Pat Boone y James Mason. Si podrá competir con las otras muchas que le siguieron, tanto en la gran como la pequeña pantalla, sin que ninguna haya logrado hacerse un sitio en el imaginario colectivo. El debutante Eric Brevig, formado como técnico de efectos especiales y director de segunda unidad, no aspira a nada más que la mayoría de sus colegas y se conforma con retener la atención de la audiencia durante la hora y media de rigor.

El producto está destinado a conectar con cuantos asocian el humor del actor Brendan Fraser y el cine de aventuras preconizado por la taquillera saga de «La momia».