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Raimundo Fitero

Los hechos

Las declaraciones, los ministerios, sus ministras, la demagogia, la imagen y la realidad acaban siempre adoptando su más tozuda realidad con los hechos. Así que por mucho que se hable de la igualdad, de las supuestas ayudas a las dependencias, de todo lo que rodea a las personas que tienen discapacidades físicas o síquicas, la demostración del poco interés institucional se demuestra en la cobertura que se le está dando a los Juegos Paralímpicos que se están celebrando en Beijin. Cada cuatro años se nos coloca ante nuestra conciencia de ciudadanos acomodados en una entelequia a la que llamamos bienestar social esta realidad a la que no apoyan las grandes marcas transnacionales ni las televisiones.

La inauguración tuvo la entidad artística parangonable a la de hace unas semanas, sin embargo pasó desapercibida, sin apenas cobertura, no ocupando ni la portada de los periódicos, ni casi espacio de los noticiarios televisivos. Todo muy poco solidario. Todos los hechos, nos informan del poco interés que prestamos a estas personas que realmente hacen un trabajo físico inconmensurable, que tienen una vocación y una capacidad de sacrificio que escapa a cualquier otra consideración economicista. Simplemente para que se visualicen, para que sepamos todos que existen, que son capaces de hacer cosas por sí mismos, que tienen ilusiones, que se emocionan, que compiten a un alto nivel, deberían mostrarse más como auténticos ejemplos.

Estos seres humanos, estos atletas, son los que se merecerían portadas, entrevistas, premios principescos. Porque son una muestra de superación de todas las adversidades, porque nos recuerdan que todas las personas somos iguales, que todos tenemos nuestras posibilidades y que se quiera o no, todos tenemos nuestras discapacidades y que con ellas debemos emprender nuestra vida con todas las consecuencias. La sociedad entera debe saber que existen personas a las que les ponemos barreras en las calles, en las viviendas, en los centros escolares, en los lugares de ocio y, sobre todo, las barreras invisibles de nuestros cerebros que solamente quieren lo perfecto. Y que callen las ministras, princesas y reinas de figurón.

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