Maite SOROA
Vuelve el arzobispo Sebastián
Al arzobispo Fernando Sebastián le había perdido la pista desde que abandonó Iruñea, pero lo he vuelto a encontrar, ahora en «Libertad Digital» como articulista. Un delirante escrito sobre la nueva Ley del Aborto ubica el debate en el terreno del delito y nos cuenta que «lo que ahora quieren facilitar nuestros gobernantes a las mujeres españolas para que maten o hagan matar a sus hijos». Apocalíptico, ¿verdad?
Y a partir de ahí, el diálogo y la reflexión dan paso a la sentencia con tintes de condena: «Todas las personas honestas y decentes de España, creyentes y no creyentes, tenemos que hacer ver con claridad y plena libertad que la mejor ley de aborto es la que prohíba cualquier forma de aborto voluntario». Lo dice quien, que se sepa, no ha procreado un solo ser humano... Tras la soflama viene la mano dura: «Los antiabortistas no queremos que las mujeres que abortan vayan a la cárcel. No digo lo mismo de los profesionales que practican los abortos». La Inquisición se expresaba en parecidos términos. Pero lo mejor es cuando ofrece, además, soluciones porque reconoce que la mujer tiene derechos: «Sí tiene `derecho' a no tener hijos. Y para eso tiene que poner los medios morales y congruentes». De anticonceptivos, ni hablar: «La lucha contra el aborto hay que comenzarla en la educación sexual, humana y moral, de los adolescentes, hay que comenzarla en la educación de la castidad de los jóvenes». Ese es el término exacto: castidad. O sea, ¡a dos velas, compañeras! Porque de lo que se trata es de «reaccionar contra la exaltación del sexualismo salvaje que se está implantando en nuestra sociedad con el impulso de las minorías nihilistas y el cobarde silencio de casi todos los demás». Tengo curiosidad por saber qué es el «sexualismo salvaje». Seguro que es chachi. El atormentado arzobispo continúa con su discurso catastrofista y describe lo que sucede a su alrededor con frases demoledoras: «Todo el conjunto es una degradación, un humanismo decadente, corrompido, destructor». No será para tanto. Pero claro, si monseñor cree que «la permisividad ante el aborto está haciendo de nosotros una nación degradada y corrompida», se entiende su desazón. Concluye con una falacia: «No queremos ser el abortadero de Europa». Se lo debería hacer mirar por un especialista.