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CRÓNICA Festival de teatro de Tàrrega

De toda la paleta cromática, acabamos fascinados por el rojo

En cualquier circunstancia, el fin de semana de feria, Tàrrega es la marabunta, cuesta andar de un punto a otro, especialmente porque, además de la programación oficial, los espontáneos del llamado Off se multiplican, ocupan cualquier esquina, y tiene sus espectadores, lo que provoca atascos.

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Ha crecido de tal manera el número de artistas que ofrecen sus trabajos fuera de la programación oficial, que este año la organización está contándolos, incluso quiere hacer una estadística de cuántas funciones realizan, porque no estaría de más colocarlos en los resultados finales. O quizás piensen, como en otros eventos, asumirlos de alguna manera. Sea cual sea el destino administrativo, lo cierto es que forman parte activa del paisaje creativo de Tàrrega, al igual de los numerosos grupos de jóvenes con flauta, bongos y perro, que en ocasiones crean una feria paralela, con sus lenguajes propios y sus consumos específicos.

A pocos kilómetros del centro urbano hay un pueblo con estructura medieval, Talladell, y este año, a partir del anochecer, se transforma realmente en otro mundo, un mundo iluminado por centenares de antorchas, por artilugios mecánicos que con decenas de tiestos con fuego forman figuras y crean un ambiente inenarrable, donde cuelgan de otras estructuras unas lámparas móviles creando figuras irrepetibles. Cuestas, arcos, plazas, por todo los lugares, en todas las alturas, de diferentes motivos, fuego, luz espectral, olor a petróleo en combustión. Y miles de personas fascinadas por esta intervención artística, que cuenta con algunos personajes que azuzan brasas, que mueven algunas estructuras o que tocan música, con guitarra eléctrica o con violines.

Estado mágico, medieval

No hay nada más que una leve dramaturgia invisible, un hálito, una idea que atraviesa el espacio acotado por estas antorchas por el que los espectadores, paseantes, transitan en silencio, como si nadie se atreviese a romper ese estado mágico, medieval, una traslación mental y espiritual a otro tiempo, a un espacio transformado, irreconocible. Se trata de una experiencia muy especial que hace unos meses la misma compañía francesa Carabosse realizó en la Ciudadela de Iruñea con un título realmente definitorio: «Paisaje de fuego». Sombras, fuego, colores calientes, llamas, humos, se van aposentando en el paseante y dejan huella, ya que se sale del núcleo de esta población en un estado de ánimo diferente.

De Colombia son los jóvenes de la Fundación Chimiguagua, que presentaron uno de sus espectáculos basados en la mitología andina, con música en directo y que habla de los orígenes y de la llegada del conquistador y la transformación de todas aquellas tierras en territorio en guerra. Parten de ahí, con un mínima base dramatúrgica, pero con una buena expresión física y musical. Lo fuerte de este extenso colectivo al que hemos visto en varias ocasiones es su fuerza física, sus números circenses, su energía desbordante y especialmente el punto de mayor espectacularidad lo logran andando con unos zancos de dos metros con patines. Pero en esta actuación que comentamos, realizada en una explana con tierra, estos números no se pudieron contemplar, lo que nos dejó un poco distanciados, aunque eso sí, el colorido de sus vestuarios sigue trayendo noticias de otras concepciones del imaginario de otras culturas.

La Industrial Teatrera estrenó «Rojo», un trabajo de clowns, muy tierno, muy encantador, muy bien trabajado, tanto en la parte actoral como en al escenográfica y de iluminación, ya que incorpora una gradas al propio espacio escénico, donde los espectadores quedan siempre muy cerca físicamente de la pareja de payasos que acaban enamorados, en una clara voluntad de transmitir optimismo, y con un acto simbólico muy nítido, durante la mayor parte de la representación, cuando le suceden todos los desastres, todas las pesadillas de su sueño interrumpido, llevan narices azules, pero cuando despiertan al amor, se cambian por las clásicas narices rojas, y con ellas vuelven la sonrisa, la alegría, las ganas de vivir, y para el feriante, las ganas de dar por concluida una jornada teatral con un excelente sabor de boca.

Los espectáculos vascos

Vimos más cosas, de refilón, pero son trabajos ya vistos y hasta comentados en estas páginas recientemente. Repasemos las propuestas vascas. Katu Beltz, en un espacio cerrado nada propicio, volvieron a dejar claro que su «Gris Mate» es un excelente trabajo. Ganso paseó con complicidad multitudinaria su «Renato» y sus números imposibles y Gaitzerdi reafirmó que «Otsoko» es uno de los espectáculos vascos del año, y el más redondo, en cuanto a objetivos y logros y compensación entre elementos, formas y contenidos, de la trayectoria de la veterana compañía.

Carlos GIL Crítico teatral

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