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Análisis | Relaciones UPN-PP

Aznar y Del Burgo dejaron a UPN atado y bien atado al PP

La batalla abierta por Miguel Sanz para lograr un UPN más autónomo del PP está condenada al fracaso de antemano. El pacto urdido por Jaime Ignacio del Burgo es claro y establece una fusión en toda regla imposible de deshacer. Y la nueva generación de líderes, Barcina o Cervera, ha interiorizado esa realidad. El diputado toma el relevo a Del Burgo.

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Ramón SOLA

En la carta del pasado lunes en la que arremetía contra Miguel Sanz por su amenaza de apoyar los presupuestos del Gobierno Zapatero, el ex diputado Jaime Ignacio del Burgo le recordaba que UPN y PP forman una coalición electoral. Sin embargo, el propio Del Burgo sabe mejor que nadie que lo ata a ambos partidos no es sólo una fórmula electoral, sino una auténtica fusión. A partir del pacto de 1991, en realidad se trata del mismo partido, repartido en dos ámbitos de decisión.

Sólo esto basta para dejar en vía muerta el intento de Sanz de recuperar para UPN alguna capacidad de incidencia en la política estatal. Estos días se ha recordado que el acuerdo número 3 impone que «UPN prestará todo su apoyo a la política y objetivos del PP en las instituciones nacionales y europeas» y que sus diputados y senadores se disolverán en el grupo del PP. Pero quizás es el punto cuarto el que marca con más claridad el peso real de UPN en el ámbito estatal: cero. En él se expone que un representante del partido navarro podrá participar en las reuniones del Comité Ejecutivo Nacional del PP «con voz y sin voto». Por si fuera poco, hasta hace muy poco esa «voz» ha sido la de Jaime Ignacio del Burgo, o sea, un hombre del PP.

Es decir, en el órgano en que se decide la «política nacional» del partido de Rajoy a UPN no le corresponde ni siquiera un voto. Y otro tanto ocurre en sus congresos: «Los representantes de UPN podrán participar en la elaboración y discusión de las ponencias y resoluciones con voz y sin voto», reza el pacto.

El acuerdo séptimo también es significativo. Establece que la campaña electoral de UPN para las elecciones generales «se llevará de acuerdo con las directrices de la campaña nacional del PP, defendiendo el programa electoral del mismo, sin perjuicio de las especialidades que en lo relativo a la Comunidad Foral incorpore UPN».

El pacto, pues, es muy claro. UPN no existe en el ámbito estatal, como el PP no existe técnicamente en Nafarroa. Aunque realmente fuera en serio su declaración, Miguel Sanz no tendría margen de acción alguna.

Ese pacto, además, no resulta renegociable. No fue diseñado como relación coyuntural, sino como unión eterna. Para empezar, su reforma debe adoptarse «de común acuerdo». Si se desea rescindirlo, una opción que no se ha planteado nunca, sus impulsores deberían superar dos cribas internas en UPN: dos tercios de la Ejecutiva lo deberían proponer y otros dos tercios de la Asamblea General tendrían que avalarlo. Otro tanto ocurre en la otra parte. Si la iniciativa de rescisión partiera del PP, necesaría el apoyo de dos tercios del Comité Ejecutivo Nacional y dos tercios de la Junta Directiva Nacional.

Llama la atención que, pese a que aquella fusión suponía un hecho sin precedentes, no se contempló un mecanismo de revisión al cabo de un tiempo. UPN y PP se fundieron sin límite temporal. Y eso pese a que por parte del partido navarro hubo resistencia a alto nivel, con el fundador, Jesús Aizpún, a la cabeza: en la asamblea extraordinaria celebrada un día antes de la firma hubo 193 votos en contra frente a los 418 síes.

Para calibrar quién ganaba más con el pacto es interesante también observar quién lo urdió. En su momento la operación se vendió lógicamente como un pacto bilateral cerrado en una reunión entre Juan Cruz Alli y Miguel Sanz (por UPN) y Jaime Ignacio del Burgo y Calixto Ayesa (por el PP). Sin embargo, hace unos meses Del Burgo revelaba que las cosas no fueron como pareció, y que el auténtico alma mater de la operación fue el partido estatal.

Lo contaba así el pasado mes de marzo, en ``Diario de Navarra'': «La idea se me ocurrió a mí. Y convencí a José María Aznar porque no tenía sentido que en las generales fuéramos juntos y en las forales, por separado. Por tanto, la solución pasaba por un pacto de integración en UPN, a cambio de que UPN aceptara que sus diputados y senadores formaran parte del Grupo Popular. Yo se lo había planteado a Jesús Aizpún y no respondía. Y cuando se acercaban las elecciones de mayo de 1991, ante la perspectiva de que por nuestra división se produjera el acceso a la Presidencia por tercera vez del PSN, a través de un amigo de Miguel Sanz concertamos una cena en el restaurante La Olla (...) Les propuse un pacto `a la bávara'. Para que fuera bien recibido en el seno de UPN, se quedó en que serían ellos quienes lo dirían. Quien no conozca esto y lea textos de entonces en los que Juan Cruz Alli decía: `He propuesto al PP un pacto de integración' creerá que la iniciativa surgió en este lado. Pues no».

Resulta clarificador ver también cómo en estos 17 años Del Burgo, Ayesa, Aznar o Rajoy han seguido conformes con la fórmula. Por contra, Alli dejó UPN cuatro años más tarde y fundó un partido, CDN, desde el que ha criticado muchas veces que UPN sea un partido sometido a otro de órbita estatal. Y en cuanto a Miguel Sanz, su incomodidad con las posiciones del PP ha ido en un aumento en los últimos años; antes de llegar a este punto, ya se vio en la necesidad de desmarcarse respecto a la guerra de Irak o a la «teoría de la conspiración» sobre el 11-M.

Si su propósito de distanciar a UPN del PP es sincero, Sanz topará además con un obstáculo interno: el de una nueva generación de líderes que ha crecido en la cultura de la fusión con el PP y ha interiorizado esta realidad hasta la médula.

No hay más que ver el modo en que el diputado Santiago Cervera ha salido a la palestra para advertir a Sanz de que ni siquiera puede abrir conversaciones con el PSOE sobre los presupuestos, una advertencia que va más allá de las lanzadas desde Génova. Cervera comenzó como concejal de UPN en Iruñea y como consejero en el Gobierno navarro, pero se ha pasado los últimos años en Madrid y tiene más simpatías en la calle Génova que en la Plaza Príncipe de Viana (de hecho, es el sustituto de Del Burgo en el Comité Nacional del PP). ¿Y qué decir de Yolanda Barcina, la sucesora elegida a dedo por Sanz, que aterrizó en UPN muy tarde procedente de Burgos y Bizkaia?

Frente a ello, el propósito de Miguel Sanz no parece contar con más peones de peso que el secretario general Alberto Catalán, que ha adoptado el papel de bombero en esta crisis. Ayer tuvo que reclamar «sensatez y tranquilidad» a todos sus compañeros y advertir con que el Comité de Disciplina puede actuar si no baja el tono de las declaraciones.

 
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