No había que ser un lince para imaginar el alborozo de la prensa hispana por la sentencia que condena la solidaridad con las presas y presos vascos. También en la prensa de aquí -el grupo Vocento- se felicitaba por el último desmán y le dedicaban sendos editoriales en «El Correo Español» y «El Diario Vasco».

El de Bilbo expresaba su alegría por un castigo que «ha acabado judicialmente con una de las vertientes más indignantes del entramado etarra». Eso, querido amigo, habrá que verlo.

Según el escribiente de «El Correo Español», «de entre todas las marcas que han conformado hasta la fecha la izquierda abertzale, era sin duda ésta la que se hallaba más directamente bajo la disciplina de la banda terrorista». Y eso lo dice porque sí. Sin más.

Y, a modo de «prueba», nos dice que «cabecillas como Juan Mari Olano encarnaban la versión más intransigente del mundo radical y, a la postre, la mejor conectada con los designios terroristas». Que los de «El Correo Español» hablen de intransigentes es como para mondarse de risa.

Lo que realmente les retuerce las tripas es la solidaridad con las presas y presos y, a estas alturas, ya no se esfuerzan ni en disimular: «han sido su defensa de los derechos de los presos o la denuncia sistemática de torturas tras cada detención las que han conseguido que demasiadas personas en el País Vasco acabasen considerando como víctimas a los verdugos». O sea, que no hay que defender derechos ni denunciar las torturas. Está bien conocer la posición de esos medios respecto de los derechos y el tormento.

El escrito destila mala leche, pero se acentúa a la hora de mentar a los encarcelados: «Es muy probable que el rigor de la sentencia dictada por la Audiencia Nacional no logre conmover a los condenados, la mayoría de los cuales han dado muestras más que sobradas de su inquebrantable sumisión al mandato etarra (...) pero nada será igual después de esta sentencia, ni para la izquierda abertzale ni para la banda terrorista, sometidas en todas sus variantes y marcas a la implacable presión de un Estado de Derecho que no puede conceder escapatoria alguna a la barbarie». Para barbaridad la que aplaude el editorialista.