Las turbulencias financieras abren nuevas expectativas favorables a la economía real
Con las bolsas de medio mundo en caída libre, y habida cuenta de que ni siquiera las masivas inyecciones de dinero público en el esclerotizado sistema financiero norteamericano provocaba el repunte de la confianza en los parqués, los seis principales bancos centrales decidieron ayer afrontar la crisis poniendo en circulación 180.000 millones de dólares más para garantizar la liquidez a corto plazo. La excepcional medida sirvió para dar un respiro a los mercados, que en las últimas jornadas se han visto sometidos a una insoportable presión que amenazaba con colapsar el sistema. La quiebra de Lehman Brothers, todo un gigante de Wall Street abandonado a su suerte por Washington; el rescate in extremis de la primera aseguradora del mundo, AIG, ante la amenaza de un nuevo tsunami financiero global; y la contaminación de la mayor parte de las grandes firmas financieras, no sólo en Estados Unidos sino también en Europa, han hecho sonar todas las alarmas.
El sistema financiero, principal bastión del capitalismo neoliberal, se columpia al borde del abismo. La sacrosanta economía de libre mercado se desangra a borbotones por sus principales arterias, las del mercado financiero, e incluso el recurso a las transfusiones de dinero público empieza a flaquear ante la gravedad del enfermo, como se vio en el caso Lehman Brothers. Las llamativas declaraciones de la patronal española -CEOE- pidiendo un «paréntesis» en el libre mercado para devolver la salud (con el dinero de todos) al paciente despiden un fuerte olor a morfina.
Aunque aún no cabe escribir el epitafio del sistema económico que ha regido los destinos del mundo durante largas décadas, se puede afirmar que asistimos ya a un giro en el modelo de organización global y a una incipiente reorientación del control de la economía (y por ende, de la política) en la que lo público -el Estado- se ve obligado a recuperar las riendas ante el rotundo fracaso de lo privado y la pérdida de confianza generalizada en su solvencia. Se dan las circunstancias para que la economía real pueda recobrar parte del terreno cedido a un cada vez más obsoleto modelo de negocio financiero que ha cavado su propia fosa persiguiendo desmesuradas rentabilidades sin importarle los elevados riesgos.