Hollywood  no es bueno a la larga para nadie, tampoco para Rodrigo García. El hijísimo de Gabriel García Márquez se cae con todo el equipo en un thriller comercial indigno de su trayectoria cinematográfica hasta la fecha, porque ni tan siquiera en sus trabajos televisivos ha volado tan bajo. Conocido por sus películas corales e intimistas con lujosos repartos femeninos (“Cosas que diría con sólo mirarla” y “Nueve vidas”), es posible que haya creído que podía sacar partido a la estelar Anne Hathaway y convertirla en la heroína emocional de “Passengers”. El pretendido retrato en primera persona de esta psicóloga infantil, que debe enfrentarse al reto profesional y humano de asistir anímicamente a los supervivientes de un accidente aéreo, no prospera en la dirección más introspectiva que cabía esperar de su director por culpa de la dispersión genérica que sufre la película. “Passengers” no termina de decantarse entre el suspense psicológico, el relato de denuncia sobre tramas y conspiraciones de grandes compañías de la aviación, la historia de amor o el drama fantástico con toques sobrenaturales.

 

Aunque Rodrigo García cuida con detalle el envoltorio visual, se ve impotente para profundizar en un guión totalmente vacío, obra del mediocre escritor televisivo Ronnie Christensen. Es una lástima que su argumento desaproveche la trama de investigación que podía haberle conducido a una intriga interesante sobre las responsabilidades de las empresas en la siniestralidad de los vuelos comerciales, pero está visto que el cine norteamericano no se atreve a meterse en serio con las grandes líneas aéreas, a diferencia de cómo lo hizo el comprometido cineasta y piloto argentino Enrique Piñeyro en “Whiski Romeo Zulú”.

 

Lo peor de todo es que al final se recurra a conclusiones escapistas, que encima ya no sorprenden al público medio, perfecto conocedor del enfoque Shyamalan para entremezclar en un mismo plano de percepción el mundo real de los vivos con la otra dimensión de los muertos.