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Titánico esfuerzo entre sutiles formas

 


Pablo CABEZA

Para Kepa Junkera la realización de «Etxea» ha tenido que ser un proyecto agotador, de aquellos que con un poco de queme entre el cuerpo y el alma, no quiere nadie. Además, tampoco la estructura actual del negocio -cómo chirría la palabreja- es la más adecuada para meterse en semejante tela de araña. Pero Junkera es así: inquieto, orgulloso y retador. Quien relea su discografía, verá como cada disco es un paso adelante, haya un desierto o un paraíso de agua y verde al otro lado. Kepa ha querido mostrar al mundo que una trikitixa y un trikitrilari son tanto o más que una guitarra o un piano. Para revestir esta visión, el rekaldetarra se ha preparado técnicamente al más alto nivel. Sin embargo, siendo admirable su capacidad de manejo, aún sorprende más su capacidad como músico global: justo el papel que desempeña con más intensidad en «Etxea». Con todo, el embelesamiento cala cuando su acordeón descubre frases ingeniosas, solos inspirados. Ese es el músico más cautivador. En «Etxea» define de nuevo esos rasgos, pero, aun con clase, se dispersa en arreglos y producción, que lucen menos. También parece que el foco se ha centrado en el tratamiento solemne, delicado y melancólico del todo, lo que termina restando cromatismo a una obra deslumbrante.

 

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