Graves e injustificados ataques políticos contra Jaime Rosales
«Tiro en la cabeza»
El Jurado del Zinemaldia no se atrevió a entrar en la polémica suscitada por el tercer largometraje de Jaime Rosales y dejó sin premio alguno a un arriesgado experimento cinematográfico que sí fue reconocido, en cambio, por la crítica internacional con el FIPRESCI. Su exhibición permanente en el Centro Reina Sofía otorga a «Tiro en la cabeza» la categoría de creación artística de vanguardia, equiparable a la de cualquier cuadro o instalación.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
No sé lo que estará pasando por la cabeza de Jaime Rosales, pero me imagino que la procesión irá por dentro. Como simple seguidor de su cine, y viendo la película desde fuera, considero que las virulentas reacciones que ha suscitado «Tiro en la cabeza» son, cuando menos, irracionales y desproporcionadas.
Estamos ante el caso sin precedentes de un creador experimental que hace pequeñas realizaciones minoritarias, sólo que al tocar el tema de la violencia en Euskal Herria todo cuanto rodea a su tercer largometraje ha sufrido una exagerada distorsión por parte de los medios. El ambiente ya se había caldeado antes del estreno, a cuenta de quienes se echaron las manos a la cabeza al saber que iba a retratar la figura de un activista de ETA dentro de la normalidad social, del día a día de una cotidianidad que se ve puntualmente salpicada por incidentes como el de Capbreton.
Esos ataques se han hecho más directos tras la presentación oficial en el Zinemaldia y ya han aparecido en diversos foros acusaciones a Jaime Rosales de «proetarra». Indirectamente se supone que soy culpable de ello, por el mero hecho de que me haya parecido una obra maestra y lo haya expresado públicamente en este diario.
Contraste político
Es un argumento fanático, pues quienes hacen tales afirmaciones gratuitas saben muy bien que el crítico de «ABC» puntuó la película con un «9» sobre diez, lo que excluye cualquier interpretación politizada del asunto, y queda bien claro que ha primado el punto de vista del lenguaje fílmico al que tantas innovaciones y hallazgos aporta Rosales.
Entiendo que toda creación vanguardista suscite en parte del público un rechazo, aunque no comparto la pobre imagen dada en Donostia, especialmente en la sesión de noche, con abucheos e insultos que recordaban a la ya histórica bronca con que fue recibida «Blue Velvet», de David Lynch, en el Victoria Eugenia. Son actitudes que dicen poco a favor de la supuestamente avanzada cinefilia donostiarra, por no hablar del daño que hace el intrusismo en la prensa local: un columnista pedía el boicot a «La soledad»; antes de que la premiaran, claro.