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Los autos locos del futuro

«Death Race»

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M. I. | DONOSTIA

El remake de «La carrera de la muerte del año 2000» se parece más al videojuego basado en ella que a la propia película original, por su violencia y el ritmo adrenalínico.

Poco queda ya en «Death Race» de la película en que se inspira, realizada por el siempre provocativo e irónico Paul Bartel en 1975. Se trataba de una producción de serie «B» auspiciada por Roger Corman, y que partía de un relato anticipativo de Ib Melchior. Lo que había allí de política-ficción, pues el piloto ganador por haber atropellado a más peatones accedía a la jefatura dictatorial de los Estados Unidos, se ha perdido por el camino. Aun así, todavía se echa más en falta el humor psicotrónico del original, en cuanto producción de ínfimo presupuesto que se reía de sí misma. El remake del inglés Paul W. S. Anderson es un artefacto mucho más costoso, que trata de impactar con efectos especiales constantes y una estética violenta y apocalíptica a lo «Mad Max». Es un proyecto comprado por la Universal a un alto precio, después de que Tom Cruise, una vez despedido de Paramount, vendiera los derechos argumentales que eran suyos.

«Death Race» empieza donde acababa «La carrera de la muerte del año 2000», sólo que por razones obvias la fecha se cambia por la del 2012. Se parte del personaje del piloto Frankenstein, en el original interpretado por David Carradine, de quien se conserva la voz. Cuando éste muere la organizadora de las carreras ilegales de coches, la alcaide de la prisión personificada por una antipática Joan Allen, le busca un sustituto, para lo que encierra a un profesional de los circuitos de NASCAR con pruebas falsas. Para salir en libertad, el as del volante al que presta su imagen de héroe de acción Jason Statham, deberá vencer en cinco carreras consecutivas.

 

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