El lunes, Cuando el Congreso de los Estados Unidos votó en contra del macroplan de rescate financiero, las bolsas se hundieron con estrépito y el Dow Jones encajó la mayor pérdida de puntos de la historia en una jornada. En Europa, los fondos públicos salvaban a Fortis, Dexia e Hypo Real Estate, mientras que al otro lado del Atlántico era Citigroup la encargada de taponar la sangría de Wachovia con ayuda de los reguladores.

Eran momentos casi de pánico, en los que parecía estar en juego, como decía el propio presidente Bush, la economía del país y el propio sistema financiero internacional. Sólo tres días más tarde, el Senado ha aprobado, eso sí, con modificaciones, el paquete de medidas diseñado por el Tesoro estadounidense y los mercados de renta variable han reaccionado con descensos.

Se han puesto en situación de alerta. Hoy, viernes, el nuevo texto deberá pasar un segundo examen en el Congreso, y ya son mayoría los que esperan su definitiva aprobación, a pesar de las reticencias de algunos representantes que se juegan el asiento en la Cámara ante la proximidad de las elecciones. Sobre todo cuando los sondeos realizados en la calle siguen manifestando su rechazo a la salvación de las grandes entidades bancarias. Lo que también parece claro a estas alturas es que el plan, con enmiendas o sin ellas, no es una varita mágica, y que se haría necesaria una movilización global de las potencias de ambos lados del Atlántico para devolver la liquidez a los mercados e insuflar la confianza perdida, más allá de retirar de la circulación los activos desvalorizados. Se dice fácil, pero es una tarea enorme si observamos, además, el deterioro galopante de las economías y la caída casi atropellada de sus indicadores.