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Joseba Macías sociólogo

La «connivencia» como deriva

La denominación Estado de Derecho se hace problemática cuando la opinión pública, con sus instintos (que son cuando menos incontrolables), se incluye en el poder ejecutivo». La frase, curiosamente, tiene más de tres décadas. La escribió un gran escritor, de cultura liberal, Premio Nobel de Literatura ese mismo año, profundamente católico y nada sospechoso de promover la subversión social. Al menos hasta ese momento. Heinrich Böll publicó el 10 de enero de 1972 un artículo en «Der Spiegel» bajo el título «¿Desea Ulrike el perdón o un salvoconducto?» provocando la reacción inmediata de la sociedad «bienpensante» alemana, incluido el tambor mayor de la propaganda socialdemócrata de nombre Günter Grass. Las acusaciones de «connivencia con el terrorismo», en un momento sumamente duro en la historia de la por entonces República Federal, nos sitúan ante un antecedente directo de lo que ahora mismo estamos viviendo en este occidente europeo sumido en la degradación y la podredumbre moral y, más concretamente, en un Estado español inmerso en pleno proceso de criminalización colectiva.

La monopolización del poder político del Derecho penal y de la opinión pública creando un permanente clima social de histeria y linchamiento en el que «todo vale» contra un amplio segmento de la sociedad vasca categorizada ya de forma consensuada como «universo de ETA» debería dar lugar a una profunda reflexión plural sobre la verdadera naturaleza de un Estado que, articulado en su reciente composición «democrática» hace menos de tres décadas, muestra manifiestamente todos los rasgos de un neo-autoritarismo bendecido por la aquiescencia de distintos poderes sujetos a un mismo fin y objetivo final. El problema, una vez más conviene recordarlo, no es la lucha armada o la violencia política. O no es sólo el mantenimiento de la lucha armada o la violencia política.

Las trágicas consecuencias de su continuidad siguen afectándonos a todos. También (y muy especialmente diría yo) a los hombres y mujeres que pertenecemos, ahora sí de verdad, a este espacio político y sociológico que podríamos denominar extensiva y culturalmente como la «izquierda abertzale». Ese espacio que ahora se quiere eliminar de raíz, borrar a golpe de tertulia y tribunal, excluir de la vida pública vasca como si fuera posible hacer desaparecer ideas y debates colectivos y verdaderamente democráticos sobre modelos nacionales o proyectos de una sociedad más justa, equitativa e igualitaria. Para ello, sí, es necesaria la paz. Una paz verdadera sustentada en el respeto mutuo y la asunción de un escrupuloso sentido democrático que, tristemente, sigue estando ausente de nuestra realidad. Como decía estos días Alfonso Sastre, los últimos acontecimientos no son precisamente el mejor camino para su edificación colectiva.

Formamos parte, geográfica y culturalmente, de un continente a la deriva. Lo señalaba anteriormente. En esta Europa amurallada, represora, neoconservadora, habitada por consumidores y no por ciudadanos, sumamente aburrida y totalmente mercantilizada, se condena a jóvenes por vender camisetas en solidaridad con Colombia o Palestina, se elimina cualquier regulación que dificulte la libertad de circulación y establecimiento de empresas multinacionales, se expulsa a decenas de miles de ciudadanos provenientes de países no comunitarios después de mantenerlos desaparecidos durante meses en «centros de permanencia», se clausuran sedes sociales y locales de encuentro, se recortan progresivamente las prestaciones sociales, se crean ficheros automáticos centralizados que recogen datos de los hombres y mujeres a partir de los 13 años, se suceden las agresiones y asesinatos racistas con apenas eco mediático, se propone la instauración de la semana laboral de 65 horas, se ignora la necesaria puesta en marcha de medidas de fondo contra la escasez de recursos y el cambio climático...

Este es, tristemente, nuestro contexto actual. Una Europa, en definitiva, totalmente ajena e insensible a los verdaderos problemas de una ciudadanía que, como en nuestro caso, tratan ahora de mantener expulsada de la «cotidianidad». Craso error de un «Estado de derecho» en el que, sucedió en la Alemania de Böll, todos los poderes quedan sujetos a los intereses políticos del bipartidismo reinante. ¿Alguien cree, sinceramente, que con medidas de este tipo se puede resolver un conflicto cruento que ha acompañado a nuestro pueblo generación a generación? Frente a la intransigencia y la manipulación de la realidad, defendamos el poder eterno de la palabra. Porque nuestra labor, hoy como ayer, sigue siendo la misma: trabajar en la medida de las posibilidades de cada uno y cada una por la apertura real y definitiva de un verdadero proceso de paz en el que nadie quede excluido ni criminalizado en función de sus ideas y/o propuestas. Una tarea que, pese a quien pese, seguiremos practicando por todas y cada una de nuestras calles. Día a día.

 
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