Félix Placer teólogo
Crisis económica, crisis ecológica
El autor analiza la crisis desde un ángulo tan original como revelador: el problema no es sólo económico, sino que afecta profundamente a la ecología. Ecología entendida como «sistema universal de convivencia», como «casa común que es este mundo mal distribuido, mal gobernado y mal construido». Para Placer, el sistema de libre mercado que ahora se tambalea significa «libre acumulación de medios de producción, libre contratación y despido, libre atribución de los beneficios a la empresa, libre mercado, libre utilización de los recursos de la naturaleza».
La alarma en Estados Unidos y en Europa ante la crisis financiera se va extendiendo en todos los sectores desplomando entidades bancarias y amenazando las economías privadas y públicas. A pesar de la aprobación del Senado y de la Cámara de representantes -como era de esperar, a pesar de las reticencia iniciales- de las extraordinarias medidas propuestas por Bush y de las estrategias programadas dentro del sector europeo del G-8, continúa la profunda crisis del capital occidental. Se buscan causas y responsabilidades en corruptas administraciones, en gastos inusitados, en la fragilidad de un capital apoyado en hipotecas, préstamos y créditos sin fondos reales, en empresas en quiebra.
La preocupación es enorme para quienes han labrado su enriquecimiento en la especulación bursátil; también para quienes han puesto su ahorros en bancos inconsistentes. Cuando todo parecía que iba viento en popa en el mercado del dinero, el «Titanic-Capital» hace aguas por todas partes. Para algunos esta crisis es la madre de todas las crisis.
Sin embargo, la crisis de fondo está en la globalización neoliberal que se desarrolla y crece apoyada en el poder del mercado libre, de las empresas multinacionales y en el incremento del capital para unos pocos como objetivo prioritario. Estos mecanismos de enriquecimiento de una minoría siguen acrecentando la gran crisis de la población mundial que genera hambre, pobreza y miseria.
En realidad es todo el sistema capitalista -motor del mundo, sin opositores- lo que ha chocado con el iceberg oculto de la progresiva exclusión de millones de personas, ignorada por quienes mejor viven y controlada por los grandes organismos mundiales del dinero (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional. Organización Mundial del Comercio).
Pero en realidad la crisis no es sólo económica. Se trata de una radical crisis ecológica, es decir, del sistema universal de convivencia, de la casa común que es este mundo mal distribuido, mal gobernado y mal construido. En efecto, «eco-logía» significa, etimológicamente, reflexión sobre la casa. Y esta casa no es sólo el entorno ambiental. Se refiere sobre todo al ordenamiento de las relaciones entre personas, pueblos, estados. Incluye y se basa en una visión de mundo. De la ecología depende la «eco-nomía» o las leyes monetarias y mercantiles que se dictan para controlarla y administrarla.
Sabemos cuáles son hoy esas leyes: libre acumulación de medios de producción, libre contratación y despido, libre atribución de los beneficios a la empresa, libre mercado, libre utilización de los recursos de la naturaleza. Todo suena a libertad para unos y a dependencia y precariedad para la mayoría. Esta economía es la que decide la ecología en todas sus dimensiones haciendo girar todo en torno al dinero y a sus beneficios.
El error astronómico que Galileo puso al descubierto y casi le costó la vida, hoy se ha convertido en una descomunal falacia que hace girar todo en torno al capital y está costando la vida de millones de mujeres y hombres. Personas y pueblos son simples satélites que gravitan -subsisten- en torno al dinero. Sólo si tienes capital, existes. Es lo único consistente. Cuando falla el capital y sus mecanismos tiembla el mundo. Es lo que está ocurriendo hoy.
La auténtica crisis no está, por tanto, en esos papeles monetarios, sino en la manera de ver y pensar el mundo. Y esa visión del mundo la dicta ese mismo capital que impone un pensamiento único, donde todo se entiende y tiene un lenguaje mercantil. Personas y tierras somos mercancía que se compra y se vende. Por eso ante la crisis bursátil de estos días, la denuncia fundamental no se refiere a los especuladores y traficantes del capital, sino a un mundo pensado desde parámetros falsos e inhumanos con el que aquéllos trafican. Así lo vienen denunciando los Foros Sociales Mundiales.
¿Alternativas? Ciertamente no son las medidas de rescate con las inyecciones del Tesoro de los EEUU o de los Bancos estatales o Central europeos. Pero no por los motivos aducidos por los que en la Cámara de Representantes han votado en contra, sino por las razones de los países pobres, hundidos en el hambre y la pobreza, excluidos de la casa común que es la tierra. La verdadera alternativa comienza entonces por un cambio de mentalidad ecológica. No sólo ambiental, sino sobre todo social y mundial que nos haga ver la posibilidad y necesidad de un nuevo tipo de relaciones humanas solidarias, autodeterminadas, interdependientes. El centro del mundo no son el dinero y los que lo poseen. Pero tampoco somos cada individuo. El hombre no es el centro del mundo (¡error antropocéntrico!), sino que todo está interrelacionado. Las desigualdades basadas en conceptos de superioridad e inferioridad son antiecológicas. Somos diferentes, pero profundamente complementarios entre personas, pueblos y con la naturaleza. Nos une un ineludible vínculo de vida compartida. Destruir o someter a intereses egoístas cualquier dimensión humana o bioclimática es un atentado a la totalidad de la vida.
Esta visión del mundo, de la tierra, de quienes la habitamos es la única auténticamente ética que nos religa desde el respeto y la práctica de todos los derechos con la humanidad y con la naturaleza. Donde cada pueblo, con su identidad reconocida, pueda decidir con libertad su destino y su estatus desde criterios solidarios.
La crisis del capital y del mercado son una grave advertencia, para quienes quieran entenderlas, no desde las hipócritas explicaciones de Bush, sino ahondando las causas reales de un mundo en crisis provocada por ese mismo capital que ahora intenta resarcirse con el sacrifico de todos en una descomunal operación económica de rescate para mantener su imperio. Recuperar el sentido y praxis ecológicas hoy en un mundo dominado, explotado y arruinado por una ideología egoísta y excluyente, significa compartir la tierra y sus bienes con equidad. Esta mesa compartida en la casa común es el signo más convincente y eficaz de una ecología liberadora, el trabajo más profundamente humano, la mejor y más radical respuesta humanizadora a la crisis.