Casi me caigo del sofá! ¿Pues no abro el periódico y me topo con una entrevista a Pamela Anderson? «Me suena este nombre», me digo a mí mismo. Mis neuronas trabajan veloces -todo lo veloces que pueden- hasta encontrar en sus archivos una imagen. Ahí está, es la exhuberante protagonista de «Los vigilantes de la playa». Pero debajo leo que responde al cuestionario en calidad de directora del Centro Internacional de la Papa, lo que por estos lares denominamos más habitualmente patata.

¿Cómo? ¿Ha dejado su carrera de...? Iba a escribir actriz, pero el teclado se me ha rebelado. La confusión se despeja cuando, al ver la fotografía, me doy cuenta de que se trata de «otra» Pamela Anderson, una mujer también estadounidense que trabaja en Perú y que defiende el potencial de este común alimento como posible remedio al hambre que sufre buena parte del planeta.

Ya me sucedió algo similar la primera vez que escuché que un tal John Makein -escrito McCain- se postulaba para ser candidato a la Presidencia de Estados Unidos. Me imaginé a Bruce Willis, con su camiseta interior de tiras manchada de grasa y sangre diciendo «yipi, yipi, hei...» mientras mandaba bombardear a cualquier integrante del Eje del Mal desde su despacho de la Casa Blanca. Posteriormente me di cuenta de que estaba equivocado, que era otro tipo y que el personaje de la saga «La Jungla de Cristal» se llama John Maklein -escrito McLane-. Lo cual no quita para que, si gana las elecciones, McCain pueda gritar «yipi, yipi, hei...» mientras ordena atacar. Eso sí, supongo que sin la mugrienta camiseta.

La moraleja de estas historias, sobre todo de la primera, reside en que conocemos la vida, obra y milagros de todo tipo de personajes de la farándula sin mérito auténtico alguno, mientras que no sabemos nada de personas que realizan una importante labor en los más diversos campos. Y pienso que quizás, mientras alimento mi ego escribiendo estas líneas y mostrando mi foto, alguien con un nombre parecido al mío esté haciendo algo realmente importante. Eso estaría bien.