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José Miguel Arrugaeta Historiador

Biba la independencia por la razón o la fuerza

Finalmente, algunos cubanos, como es normal, se cansaron de arar en el mar, y pasaron a la segunda parte de la consigna que titula este trabajo, rebelándose en armas para conseguir por la fuerza (a tiros y machetazos, que era lo que estilaba en esa época) la posibilidad de defender las razones que se les negaba reiteradamente

Tengo que aclarar desde el principio que el título de esta reflexión, incluyendo su ortografía, no es mía sino de un cubano bastante lúcido, y por supuesto no identificado, que lo escribió en un cartel y lo colocó en el Mercado de Paula, situado en la Villa de Trinidad, y para ser exacto su texto completo incluía una segunda frase: «señor alluntamiento de trinidad, yndependencia o muerte». Es el primer pasquín independentista del que se tenga noticia en Cuba, entonces una colonia muy española, y tiene fecha tan temprana como 1822.

Resulta evidente que la gramática y formas de escribir cambian bastante más rápido que las mentalidades, a tenor de las noticias que me llegan diariamente de mi pequeño y lejano país (el mismo que el de ustedes), y que oficialmente no existe. Por lo tanto me parece que es oportuno recordar que cuando este atrevido cubano expresó su pensamiento, lógico y visionario como demostraron los hechos, estaba vigente la famosa Constitución de 1812, más conocida como «La Pepa», muy progresista y democrática para aquellos tiempos.

Sin embargo, de nada les sirvieron a los cubanos del siglo XIX todas las libertades ciudadanas proclamadas en papeles, constitución tras constitución. Los gobiernos españoles sin excepción (absolutistas, militares, liberales, conservadores, monárquicos y hasta la mismísima I República), el Ejército, poderosos intereses económicos, religiosos y una opinión pública siempre bien aleccionada, se dedicaron, como una piña, a cerrar todas las puertas a las ansias de libertad de los cubanos. Empeñados en el control del orden público y del pensamiento se olvidaron que lo importante finalmente es conquistar el sentimiento y el corazón de la gente (es decir la razón) y no sacarlas de la ley a cualquier precio (que es fuerza).

Aun así, los cubanos ensayaron pacientemente, hasta 1868, todas las vías imaginables (reformismo, autonomismo, presencia en las Cortes...) en medio de una represión física e ideológica constante contra lo que las autoridades y los medios de entonces llamaban «infidencia», y ahora denominan de otras maneras.

Finalmente, algunos cubanos, como es normal, se cansaron de arar en el mar, y pasaron a la segunda parte de la consigna que titula este trabajo, rebelándose en armas para conseguir por la fuerza (a tiros y machetazos, que era lo que estilaba en esa época) la posibilidad de defender las razones que se les negaba reiteradamente. Sin embargo, España y los españoles (en genérico), que son especialistas por lo que parece en estos menesteres de las negaciones, siguieron durante treinta años más cerrando caminos y sembrando violencia. Pusieron todo su empeño e intransigencia en la sagrada causa de una Cuba-española y, como era previsible, consiguieron perder definitivamente, en 1898, la Perla de su Imperio, (y de paso todas sus otras colonias de Ultramar) tras tres cruentas guerras en Cuba, con sus inestables treguas intermedias.

Si se revisan con detalle los argumentos de los políticos y periodistas de aquellos tiempos, las modalidades represivas, los adjetivos calificativos y el lenguaje, las sentencias de jueces y tribunales, o la opinión pública española y de los muy numerosos peninsulares residentes en Cuba; todo es tan parecido a nuestra actualidad que da vértigo, y uno se pregunta con razón si hay historias condenadas a repetirse, adaptadas a otros tiempos, circunstancias y realidades.

Que cada uno de ustedes piense lo que quiera, que para eso estamos grandes, yo por mi parte lo tengo muy claro, y como aquel cubano profético seguiré colocando pasquines, allá donde pueda, con la consigna: «Biba la independencia por la razón o la fuerza».

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