La actual crisis financiera galopante, que todos sabemos cómo ha empezado, pero no cómo va a acabar, invita a hacer algunas reflexiones:

Baza para la lucha ideológica. A raíz del fracaso del socialismo soviético, el sistema capitalista cogió alas. La lucha ideológica se complicó mucho para el bando socialista. Ahora las cosas se nivelan. La crisis del sistema financiero ha sido un excelente regalo ideológico, que la izquierda debería aprovechar al máximo.

La falacia de la libre competencia y de la no intervención estatal. Dos principios fundamentales del neoliberalismo, y del sistema capitalista en general, son el mercado y la libre competencia, junto con la privatización y la no intervención estatal. Principios que, frecuentemente, se incumplen en la práctica. En primer lugar, la libre competencia (mercado caracterizado por el libre juego de la demanda y de la oferta) no existe ni en los sectores básicos de la economía, ni en la gestión de las multinacionales, donde los oligopolios (oferta de unos pocos, que controlan los precios) son dueños y señores. En segundo lugar, tampoco es cierta la no intervención estatal en los asuntos económicos. Más bien, habría que decir que el Estado interviene «a tope», como lo demuestra el hecho de que en los países desarrollados, en la actualidad, el gasto público representa más del 40% del Producto Nacional Bruto. Así pues, el dilema que se plantea no es intervención estatal sí, intervención estatal no, sino a favor de quién se realiza. A favor de los poderosos (lo que sucede actualmente), o a favor de la clase trabajadora (cosa que actualmente no sucede).

Nacionalización de los sectores básicos de la economía. La receta de EEUU para hacer frente a la crisis consiste en nacionalizar temporalmente la banca, sanearla, y volver a dejarla en manos privadas. Esta solución parece además de injusta, absurda. Injusta, porque es la máxima expresión de la socialización de las pérdidas y de la privatización de los beneficios. Absurda, porque supone privatizar la creación y destrucción del dinero (es lo que hace la banca cuando concede y cancela créditos), y la canalización mediante los créditos de los recursos privados hacia el consumo e inversión. Esta misión, si se aplicara el sentido común, debería ser ejercida en su totalidad por el sector público. Se complementaría así la gestión de la política monetaria (liquidez adecuada del sistema, tipo de interés, control de la inflación, tipo de cambio...), atribuida, en todos los sistemas, al sector público y a la banca central, junto con la creación del dinero en su totalidad (billetes y moneda, y dinero depósito) y la canalización de los recursos privados hacia los sectores más pertinentes. Por supuesto que en este caso los inmensos beneficios que obtiene la banca privada por su gestión pasarían al sector público, lo que sería una manera de hacer compatible la obtención del beneficio y el interés público.

Así que tanto por razones económicas (estabilización, eficiencia...), como no económicas (objetivos políticos y sociales) se impone la nacionalización del sistema financiero. En resumen, la alternativa al neoliberalismo exige un sector público fuerte, eficaz, honrado y transparente, junto con el control efectivo de los sectores básicos de producción (electricidad, transporte público, sanidad, educación...), un mercado subsidiario plegado a los intereses de las capas populares y una planificación central para el sector público y orientativa para el sector privado.

Socialismo identitario. Estas reflexiones son los pilares fundamentales que la izquierda abertzale propone en su alternativa socioeconómica de 2001, impulsando el socialismo identitario. Lo que en ella se recoge es una premonición de lo que iba a ocurrir. El lector interesado puede comprobarlo, leyendo la citada alternativa.