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Ariane Kamio Periodista

Mañana llamo al primer sicólogo que encuentre

Es difícil saber si cada cosa que haces está bien o mal. A veces inviertes toda tu buena intención en que algo salga perfecto, en que nada falle, pero hay cosas que te sorprenden cuando menos te lo esperas, y todos tus planes se vienen abajo como si de una torre de naipes recién derrumbada se tratase.

Luego llega el momento de la reflexión: por qué no hiciste esto antes, cómo no te diste cuenta de lo otro, a ver si puedo arreglarlo antes de que vaya a más... Pero mientras estás pensando en todo eso sabes que ya no se puede hacer nada y que no te queda otra que esperar a la siguiente oportunidad, y te convences de que de los errores se aprende, aunque no sea un consuelo que te guste demasiado.

Cuando piensas que ya estás dándole la vuelta a esa oportunidad perdida y que aún te quedan muchas cosas por hacer, te cruzas con ese listillo que te dice: «¡La vida es muy dura!», y santas pascuas. Parece que con esa oración cualquiera puede recorrer el mundo y soltarlo en el momento más oportuno, es decir, cada vez que se encuentra con alguien que está viviendo cuerpo a cuerpo con la desgracia y no es capaz de quitársela de encima porque le está chupando la existencia como una garrapata. Eso sí, cuando la garrapata cambia de cuerpo y se la encuentran delante de sus narices, la vida es una mierda, su desgracia es la mayor del mundo. ¡Pues no! Me niego a ser el paño de lágrimas de esas personas que piensan que todo lo ajeno es minúsculo y que lo que ocurre en su seno obtiene un volumen tal que sería capaz de involucrar a todo ser viviente que se cruce en su camino.

Estamos en época de crisis, o eso dicen. Me da miedo salir a la calle y encontrarme con una de esas personas que te empieza a contar lo mal que viven sus hijos: unos descendientes que han tenido la gran potra de que les haya tocado una casa de protección oficial, que tienen un coche de alta gama esperándoles en el garaje y que su próximo viaje vacacional lo planearán al menos a Thailandia, para hacer, a la vuelta, una paradita de una semana en alguna isla balear porque nunca han estado allí todavía. Estupendo. Mañana mismo llamo al primer sicólogo que encuentre en las páginas amarillas. Me estoy volviendo loca.

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