Jurgi San Pedro licenciado en derecho
Nuevos imaginarios colectivos necesarios
El autor tira de la goma que sujeta la careta de los políticos y estudiosos «capados por cargos funcionariales» que manipulan interesadamente la herencia que legó a Euskal Herria Jorge Oteiza, de cuyo nacimiento se cumplen hoy cien años. En el artículo, que subraya la «universal preocupación política revolucionaria» de Oteiza, se aborda un concepto crucial en el pensamiento del artista: la noción del imaginario como clave en todo proceso de transformación
La guerra de Jorge Oteiza sigue abierta, vivo, su compromiso generacional. Afinó nuestro maestro el tiro una y otra vez. Se acumulaban sus dianas y los proselitistas de la cultura, los privatizadores del conocimiento emancipador, trataron de asimilarlo, secuestrarlo, vaciarlo de contenido, reduciéndolo a simple objeto al alcance de mercaderes, a simple pasado desvinculado de política emancipadora alguna. En fin, trataron de rebajarlo a mentira política.
Hoy la mayoría de sus estudiosos, capados por cargos funcionariales, evitan expresarse sobre el gran tema que arrastró de por vida a Oteiza: la necesaria transformación política profunda a través de la práctica artística comprometida; la construcción de nuevas visiones políticas emancipadoras a partir de imaginarios sociales conmovidos por acontecimientos históricos.
La generación de Oteiza fue marcada por el inicio de la II Guerra Mundial, iniciada ya en España años antes, en 1936, y por la resistencia desde el exterior que esta creó. Así, el «Guernica» de Picasso representaba la imagen de una nueva conciencia universal, el mito de la destrucción de la humanidad ante nuestros ojos, y «¿nosotros ciegos?» -se preguntaba toda una civilización mundial contemporánea-. Se iniciaron las proyecciones de un contexto de posguerra mundial, en las que los vascos, presos de la esperanza de la transición al cambio real, confiaban en la benevolencia de Roosevelt y Churchill, una vez vencido el fascismo internacional (italo-hispano-germano), y ya no sólo en justo precio por los valiosos servicios prestados por la resistencia vasca.
Se trataba entonces, como hoy, de ansiar la penetración de otra realidad, a través de la creación de nuevos imaginarios, sugeridos por la infinita práctica artística, más allá de una política sin arte.
Pero, por volver a nuestro Oteiza, ¿por qué hoy los expertos y mediadores de su obra no hablan abiertamente de esa universal preocupación política revolucionaria generacional de Oteiza que todavía sigue vigente hoy día? ¿Será «el imperativo de las alubias» que somete a los políticos de la sumisión de nuestras realidades? ¿Será el conformismo ecléctico el pilar de sus tristes estrategias de supervivencia?
La respuestas a la complejidad que sustentan estas respuestas pasan por acometer una noción clave en todo proceso de transformación política profunda, subyacente en todo proceso originario de creación artística: la noción de imaginario.
Es en el campo de la construcción de imaginarios donde nos jugamos perpetuar o no las distintas dominaciones políticas a las que nos hallamos sujetos, en nuestra senda de libertad. Fue en este tipo de liberación radical en la que el maestro invirtió toda su vida. Su frente político de lucha primordial: la regeneración de nuestro imaginario colectivo vasco. ¿Cómo? Acudiendo a nuestra historia pre-escrita, esa prehistoria sin letras para ser leídas, pero sí para ser escuchadas y vistas.
Para aprehender la noción de imaginario, su transcendencia política, os propongo unas notas aclaratorias sobre el tema de E. Lizcano (2006), y su trabajo «Metáforas» que nos piensan (copy left).
Explicaciones que se avanza, se espera, ayuden a comprender mejor el compromiso político de vida o muerte por Euskal Herria, que hizo de Oteiza lo que es hoy en día en nuestra memoria. Comenzó a transmitir su legado ya en su «Manifiesto de Popayán», Colombia, 1944.
«El imaginario no es susceptible de definición, por la sencilla razón que es él la fuente de las definiciones» aserta Lizcano. Se afirma así la importancia neurálgica del imaginario en todo proceso de construcción de definiciones que nos identifican, con el otro, como grupo, como pueblo, como nación. Es el maná identitario de la colectividad política que se identifica gracias a ese flujo de imágenes con mensaje político compartido. ¿El «Guernica» nos dice lo mismo a todos hoy como ayer? Sin imaginario colectivo en construcción no hay proceso político sustantivo compartido.
Nos cuenta Lizcano que en el imaginario «echan raíces dos tensiones opuestas. Por un lado, el anhelo de cambio radical, de autoinstitución social, de creación de instituciones y significaciones nuevas: el deseo de utopía. Por otro, el conjunto de creencias consolidadas, de prejuicios, de significados instituidos, de tradiciones y hábitos comunes, sin los que no es posible forma alguna de vida común». ¿Anhelo de cambio radical, de autoinstitución social, de creación de instituciones y significaciones nuevas? Quedan así planteados los parámetros de lo que está en juego cuando se dedica la vida a la conformación de nuevos imaginarios, y que pasan necesariamente por las luchas ideológicas que preñan al compromiso artístico-político.
Concluyendo que «si el imaginario es el lugar de la autonomía, desde el que cada colectividad se instituye a sí misma, no es menos cierto que es ahí también donde se juegan todos los conflictos sociales que no se limitan al mero ejercicio de la fuerza bruta. Es por vía imaginaria como se legitiman unos grupos o acciones y se deslegitiman otros, es ahí donde ocurren los diversos modos de heteronomía y alienación». Así, cuando hablamos de conformación de nuevos imaginarios estamos pegando en la diana del proceso de emancipación social y política, que busca desvincularse del imaginario de la política dominante, del fascismo entonces y ahora.
Y es a partir de aquí donde tenemos la respuesta a las interrogantes con las que se inicia este escrito. Los políticos de la sumisión que nos representan se identifican con los imaginarios de quienes nos dominan, por eso no hay cambio real, a pesar de retóricas sorprendentes. El fascismo subyace, pervive, pero crea su resistencia activa.
En la Carta a los Artistas de América (Colombia, 1944) transmite la siguiente inquietud existencial, generacional. Inquietud que se vuelve imprescindible resolver, en un tiempo en que la definición, la decisión confronta diariamente a los espíritus libertadores, y que se puede reducir al siguiente dilema: si vivimos conmovidos por el acontecimiento histórico de la destrucción de la humanidad, de pueblos enteros, de la muerte del padre y del hermano, en guerra civil, ¿qué podemos hacer con nuestras manos pensantes, en esa transición de tener que realizar los valores en los que creemos, y que nos trasmitieron, la abuela, la madre, la hermana, personas que soñaron siempre con nuestra emancipación como pueblo del mundo? El maestro dejo inscritas las líneas gruesas.